sábado, 5 de abril de 2014

Los principios de las Madres

POSTURAS POLÍTICAS QUE CIMIENTAN LA ORGANIZACIÓN

A lo largo de las décadas, la Asociación Madres de Plaza de Mayo constituyó su identidad política sobre la base de distintas decisiones. Dos de ellas –la socialización de la maternidad y el rechazo a la reparación económica– fueron y son trascendentales para el desarrollo de su lucha.

Por Luis Zarranz
A lo largo de sus 37 años de lucha, las Madres de Plaza de Mayo han tomado diversas decisiones políticas. Cada una de ellas sintetizan a la organización: la nombran y la definen.
De todas las posturas políticas, hay dos que fueron –son– trascendentales y constituyentes de su identidad: la socialización de la maternidad y el rechazo a la reparación económica.
Ambas decisiones no sólo fueron el pilar sobre el que cimentó buena parte de su ideario político en tantos años de recorrido, sino que tienen un condimento extra: su permanente actualidad, su continuidad histórica en diferentes contextos políticos y cómo tal postura la distingue del resto de los organismos.

De singular a plural
A medida que avanzaba la lucha de las Madres y su reclamo por los desaparecidos, ellas mismas fueron desarrollando un crecimiento político que al principio –cuando salieron de sus casas a las plazas- no tenían. En ese impulso comprendieron que la lucha individual se agotaba en sí misma. Para ese entonces, el gobierno de Raúl Alfonsín pretendía reducir la lucha de los que habían dado su vida por un mundo mejor por un puñado de huesos que cada madre debía reconocer. La Asociación rechazó tajantemente la exhumación de cadáveres que pretendía disolver los ideales revolucionarios de los 30.000 en restos óseos.
En esa fase de lucha, las Madres decidieron hacerse madres de todos y todas y llamaron a ese proceso “socialización de la maternidad”. Tal decisión fue debatida internamente, con posturas de diferentes matices. Ser Madres de los 30.000 desaparecidos implicaba una reivindicación de su lucha sin hacer distinciones a la vez que significaba asumir el compromiso revolucionario de sus hijos.
En el debate por la socialización de la maternidad, las Madres enterraron la lucha individual por el hijo propio y tuvieron miles de hijos: un inmenso parto colectivo que fue una de las razones de la ruptura de un grupo pequeño de madres, no conformes con tal decisión.
Como todo parto, el proceso fue doloroso pero repleto de amor. El momento de dejar la foto y el nombre de cada hijo fue, seguramente, de gran incertidumbre para muchas de las Madres, pero en el mismo instante colectivizaron su propia experiencia de ser madres de revolucionarios. Ya los habían parido una vez y ahora los estaban volviendo a parir. Además, el legado que ellos habían dejado las estaba pariendo a ellas como protagonistas políticas de la época.
Una metáfora maravillosa.
Desde aquel momento, el pañuelo blanco que portan las Madres de la Asociación perdió el nombre y la fecha del secuestro de cada hijo propio por la leyenda que perdura hasta hoy: “Aparición con vida de los desaparecidos. Asociación Madres de Plaza de Mayo”.
Ese proceso de convertir lo singular en plural convirtió a las Madres en Madres de todos los que luchan. A lo largo de los años, donde fuera que había una lucha contra alguna injusticia, allí estaba el pañuelo blanco. La trascendencia de esa decisión, entonces, tiene estricta actualidad. Este significativo hecho posibilitó que las Madres se convirtieran en la referencia de la rebeldía y el coraje.
Pensemos por un instante el mensaje que emitieron las Madres cuando decidieron colectivizar su maternidad, cuánta carga política hubo, y hay, en esa decisión: el fin de la lucha individual, la derrota del egoísmo y el fin de los héroes solitarios. Nadie trasciende en sus reclamos por sí sólo. No hay victoria posible si no es con otros y para otros: ésa fue una de las mayores experiencias que nos legaron los 30.000 y que las Madres pusieron en práctica, no a través de algo lejano o simbólico sino con algo concreto de su propia historia.

La vida vale vida
En 1994, en pleno menemismo, el Congreso sancionó la ley 24.411, conocida como “Ley de Reparación Económica”, que establecía una indemnización para los herederos directos o “causahabientes” de los desaparecidos. Las Madres rechazaron fervorosamente la ley y se negaron a cobrar el dinero que el Estado que había desaparecido a sus hijos les ofrecía dieciocho años después. Fueron –son– el único organismo que se negó a aceptar dinero por la desaparición de sus hijos.
Para explicar y militar su decisión, las Madres sostuvieron que “la vida vale vida” y afirmaron: “No aceptamos que se le ponga precio a la vida”. Entre sus consignas históricas, así explican su decisión:

“Nuestros hijos nos enseñaron el valor que tiene la vida. Ellos la pusieron al servicio de todos los oprimidos, de los que sufren injusticias. Las Madres de Plaza de Mayo rechazamos la reparación económica y decimos que la vida sólo vale vida. Que la vida sólo vale algo cuando la ponemos al servicio del otro. La vida de un ser humano no puede valer dinero, y mucho menos la vida de un revolucionario. Lo que hay que reparar con justicia no se puede reparar con dinero. Los radicales y menemistas que perdonaron a los asesinos, ahora quieren tapar sus crímenes con dinero. Nadie le va a poner precio a la vida de nuestros hijos. Las Madres de Plaza de Mayo seguiremos afirmando que los que cobran las reparaciones económicas se prostituyen”.

Efectivamente, frente a la postura de otros organismos, las Madres sostuvieron: “El que cobra la reparación se prostituye”. Fue una manera contundente de diferenciarse y señalar un límite contundente en una de sus históricas posturas políticas.
Cuando la Ley de Reparación Económica fue reglamentada estableció como monto 250.000 pesos/dólares por cada desaparecido. Además de ser una medida que pretendía ubicar la gesta de las Madres en una lucha individual, la ley –como suele explicar Hebe de Bonafini– es reflejo puro del capitalismo: el sistema primero te mata y te desaparece, luego te ofrece plata.
Una perversidad sin límites.
En aquel entonces, Hebe sostuvo: “Yo tengo tres desaparecidos: 750.000 dólares, igual a madre millonaria pero sin hijos. ¡Nosotras no queremos reparación económica porque la vida de un revolucionario no puede tener precio! Ni a la vida de nadie se le puede poner precio. Pero además, tenés que firmar cuándo crees que tu hijo murió, no que lo que lo asesinaron ¿Yo voy a firmar la muerte de mi hijo? ¿Yo voy a poner cuándo creo que lo asesinaron? ¡Es una locura eso! Es también una manera de vender la sangre de los desaparecidos. Las madres decimos: el que cobra la reparación económica se prostituye. Te están pagando por el asesinato de tu hijo. La justicia no se puede pagar con plata, no hay plata en el mundo en el mundo para reparar este horror. La gente tiene que acostumbrase a hacer la revolución poniendo el cuerpo, no pensando que si lo ponen y si le pegan mucho mañana le pagan. ¡No!”.
Esa contundencia en el decir de las Madres y la convicción y claridad para analizar las “propuestas” del sistema hizo que se fortaleciera aún más el lazo que las une al pueblo.
En el mensaje de Hebe había, también, un recado para los jóvenes. En pleno menemismo, donde en el contexto de pizza con champagne la defensa de los ideales parecía ser un despropósito, las Madres se transformaron en un oasis en medio de un desierto: su defensa de la vida y la tozudez con la que defendieron su postura desparramó un aire fresco frente a la desesperanza y el pretendido “fin de la historia” con que una parte de la sociedad transitó la década.
Para reafirmar la postura de las Madres, Hebe publicó un artículo en el diario Página/12 que finalizaba con estas palabras: “Reafirmamos que nuestros hijos jamás van a morir mientras haya jóvenes que sientan que la vida es el valor máximo de todo revolucionario, que la sangre no se vende, y, como decía Camilo Torres: ‘Ser revolucionario y amar la vida es no venderse jamás a cambio de gratificaciones, promesas y prebendas’. ¡Ni un paso atrás!”

El mundo es un pañuelo
Para quienes en la década del noventa éramos jóvenes y comenzábamos mirar los hechos políticos con interés, las Madres eran un faro que iluminaba en medio de la oscuridad de la exclusión, el saqueo, el individualismo extremo y la falta de escrúpulos del peronismo gobernante. Cada acción de las Madres alimentaba la rebeldía, la esperanza, el coraje, la solidaridad y propiciaba nuevos espacios de encuentro para combatir la injusticia.
El rechazo a la reparación económica de la Asociación no sólo sacudió el avispero en el ámbito de los organismos, sino que esa postura levantó una bisagra ante los intentos del menemismo de diluir cada una de las luchas con una mezcla de represión y otra de poder económico. La decisión de las Madres recorrió el mundo entero y se convirtió en un ejemplo de la lucha del pañuelo blanco: no abandonar a los hijos y no dar ni un paso atrás.
Veinte años después del rechazo a la reparación económica, la postura de las Madres se actualiza y se dimensiona cuando los medios y ciertos periodistas las difaman injustamente.

Principios sin final
Tanto la socialización de la maternidad como la tajante decisión de rechazar la reparación económica tuvieron –tienen– íntima relación con otras posturas históricas de las Madres: los principios de la Asociación. Todos ellos componen una red en la que cada uno se entrelaza con otro: un todo que es más que la suma de las partes y que sustenta su praxis política desde hace 37 años.
Por ejemplo:

ü  No dar por muertos a sus hijos y reconocerlos en los sueños y el compromiso revolucionarios de otros jóvenes.

ü  El rechazo de las exhumaciones. “Las Madres de Plaza de Mayo rechazamos las exhumaciones porque nuestros hijos no son cadáveres. Están físicamente desaparecidos pero viven en la lucha, los ideales y el compromiso de todos los que luchan por la justicia y la libertad de sus pueblos. No hay tumba que encierre a un revolucionario. Un puñado de huesos no los identifica porque ellos son sueños, esperanzas y un ejemplo para las generaciones que vendrán”, sostienen las Madres

ü  El rechazo a los homenajes póstumos. “Rechazamos las placas y los monumentos porque eso significa enterrar a los muertos. El único homenaje posible es levantar sus banderas de lucha y continuar su camino. Los homenajes póstumos sólo sirven para que los que garantizaron la impunidad, hoy laven sus culpas. El único monumento que podemos levantar es un inquebrantable compromiso con sus ideales”, afirman en sus consignas.

Amarlos es reivindicarlos
Todos estos pilares sustentan la acción política que las Madres han sostenido a lo largo de las décadas. Son estas posturas, debatidas en el seno de la organización, las que les permitieron derrotar a sus verdugos, junto con el despliegue de un sinfín de actividades que pusieron siempre a la vida por sobre la muerte.
Se podrán opinar muchas cosas sobre la radicalidad de las posturas de las Madres, pero nadie podrá desconocer que están fundadas en el amor a sus hijos y en la reivindicación de su lucha. Negar esa premisa invalida todo el análisis posterior que se pretenda hacer.
Pero, además, las decisiones que cimentaron su ideario político generaron otras concepciones en la práctica, que ya corresponden al capital simbólico que la lucha de las Madres sembró en sus 37 años de acción. Algunas de ellas:

ü  “Las calles y las plazas son de los pueblos”.

ü  “La única lucha que se pierde es la que se abandona”.

ü  “Los pueblos tienen poder si logran ganar las calles y ocupan las plazas”.

ü  “El otro soy yo”.

ü  “No existe la política sin amor”.

ü  “La revolución es una tarea de todos los días: pensar qué puedo hacer por el otro”.

Es imposible mensurar la dimensión que han tenido cada uno de estos conceptos a lo largo de los años, pero sí es perfectamente posible afirmar que la lucha de gran parte de las organizaciones y movimientos sociales de Argentina y América Latina se vio influenciada por las Madres. Su lucha y sus posturas han inspirado a cientos de movimientos sociales.
Las Madres que eligieron ser Madres de todos los que luchan y que rechazaron dinero por la vida de sus hijos son, por todo eso, imposible de abarcar con una definición lineal. Y mucho menos con una palabra precisa. Cualquiera que se escoja amputaría algún sentido de su historia.
Si escoger una palabra que resuma la lucha de las Madres y condense sus principios históricos es una misión titánica, bien puede elegirse arbitrariamente –como toda elección– treinta y siete palabras, una por cada año de lucha, para emplearlas como sinónimos, aunque todo el mundo sepa que las Madres de Plaza de Mayo son únicas.
Rebeldía. Amor. Libertad. Alegría. Coraje. Pasión. Esperanza. Hogar. Pañal. Pañuelo. Lucha. Solidaridad. Partos. Hijos. Sueños. Jueves. Revolución. Marcha. Plaza. Creatividad. Valentía. Constancia. Patria. Comunicación. Resistencia. 30.000. Claridad. Dignidad. Firmeza. Generosidad. Integridad. Inteligencia. Juventud. Ternura. Proyectos. Política. Vida.

(Publicada en la revista "Ni un paso atrás", abril 2014)

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