POSTURAS POLÍTICAS QUE CIMIENTAN LA ORGANIZACIÓN
A lo largo de las décadas, la Asociación Madres de Plaza de Mayo constituyó su identidad política sobre la base de distintas decisiones. Dos
de ellas –la socialización de la maternidad y el rechazo a la reparación
económica– fueron y son trascendentales para el desarrollo de su lucha.
Por Luis Zarranz
A
lo largo de sus 37 años de lucha, las Madres de Plaza de Mayo han tomado
diversas decisiones políticas. Cada una de ellas sintetizan a la organización:
la nombran y la definen.
De
todas las posturas políticas, hay dos que fueron –son– trascendentales y
constituyentes de su identidad: la socialización de la maternidad y el rechazo
a la reparación económica.
Ambas
decisiones no sólo fueron el pilar sobre el que cimentó buena parte de su
ideario político en tantos años de recorrido, sino que tienen un condimento
extra: su permanente actualidad, su continuidad histórica en diferentes
contextos políticos y cómo tal postura la distingue del resto de los organismos.
De singular a plural
A
medida que avanzaba la lucha de las Madres y su reclamo por los desaparecidos,
ellas mismas fueron desarrollando un crecimiento político que al principio
–cuando salieron de sus casas a las plazas- no tenían. En ese impulso comprendieron
que la lucha individual se agotaba en sí misma. Para ese entonces, el gobierno
de Raúl Alfonsín pretendía reducir la lucha de los que habían dado su vida por
un mundo mejor por un puñado de huesos que cada madre debía reconocer. La
Asociación rechazó tajantemente la exhumación de cadáveres que pretendía
disolver los ideales revolucionarios de los 30.000 en restos óseos.
En
esa fase de lucha, las Madres decidieron hacerse madres de todos y todas y
llamaron a ese proceso “socialización de la maternidad”. Tal decisión fue
debatida internamente, con posturas de diferentes matices. Ser Madres de los
30.000 desaparecidos implicaba una reivindicación de su lucha sin hacer
distinciones a la vez que significaba asumir el compromiso revolucionario de
sus hijos.
En
el debate por la socialización de la maternidad, las Madres enterraron la lucha
individual por el hijo propio y tuvieron miles de hijos: un inmenso parto
colectivo que fue una de las razones de la ruptura de un grupo pequeño de
madres, no conformes con tal decisión.
Como
todo parto, el proceso fue doloroso pero repleto de amor. El momento de dejar
la foto y el nombre de cada hijo fue, seguramente, de gran incertidumbre para
muchas de las Madres, pero en el mismo instante colectivizaron su propia experiencia
de ser madres de revolucionarios. Ya los habían parido una vez y ahora los
estaban volviendo a parir. Además, el legado que ellos habían dejado las estaba
pariendo a ellas como protagonistas políticas de la época.
Una
metáfora maravillosa.
Desde
aquel momento, el pañuelo blanco que portan las Madres de la Asociación perdió
el nombre y la fecha del secuestro de cada hijo propio por la leyenda que
perdura hasta hoy: “Aparición con vida de los desaparecidos. Asociación Madres
de Plaza de Mayo”.
Ese
proceso de convertir lo singular en plural convirtió a las Madres en Madres de
todos los que luchan. A lo largo de los años, donde fuera que había una lucha
contra alguna injusticia, allí estaba el pañuelo blanco. La trascendencia de
esa decisión, entonces, tiene estricta actualidad. Este significativo hecho
posibilitó que las Madres se convirtieran en la referencia de la rebeldía y el
coraje.
Pensemos
por un instante el mensaje que emitieron las Madres cuando decidieron
colectivizar su maternidad, cuánta carga política hubo, y hay, en esa decisión:
el fin de la lucha individual, la derrota del egoísmo y el fin de los héroes
solitarios. Nadie trasciende en sus reclamos por sí sólo. No hay victoria
posible si no es con otros y para otros: ésa fue una de las mayores
experiencias que nos legaron los 30.000 y que las Madres pusieron en práctica,
no a través de algo lejano o simbólico sino con algo concreto de su propia
historia.
La vida vale vida
En
1994, en pleno menemismo, el Congreso sancionó la ley 24.411, conocida como
“Ley de Reparación Económica”, que establecía una indemnización para los
herederos directos o “causahabientes” de los desaparecidos. Las Madres
rechazaron fervorosamente la ley y se negaron a cobrar el dinero que el Estado
que había desaparecido a sus hijos les ofrecía dieciocho años después. Fueron
–son– el único organismo que se negó a aceptar dinero por la desaparición de
sus hijos.
Para
explicar y militar su decisión, las Madres sostuvieron que “la vida vale vida”
y afirmaron: “No aceptamos que se le ponga precio a la vida”. Entre sus
consignas históricas, así explican su decisión:
“Nuestros hijos nos
enseñaron el valor que tiene la vida. Ellos la pusieron al servicio de todos
los oprimidos, de los que sufren injusticias. Las Madres de Plaza de Mayo
rechazamos la reparación económica y decimos que la vida sólo vale vida. Que la
vida sólo vale algo cuando la ponemos al servicio del otro. La vida de un ser
humano no puede valer dinero, y mucho menos la vida de un revolucionario. Lo
que hay que reparar con justicia no se puede reparar con dinero. Los radicales
y menemistas que perdonaron a los asesinos, ahora quieren tapar sus crímenes
con dinero. Nadie le va a poner precio a la vida de nuestros hijos. Las Madres
de Plaza de Mayo seguiremos afirmando que los que cobran las reparaciones
económicas se prostituyen”.
Efectivamente,
frente a la postura de otros organismos, las Madres sostuvieron: “El que cobra
la reparación se prostituye”. Fue una manera contundente de diferenciarse y señalar
un límite contundente en una de sus históricas posturas políticas.
Cuando
la Ley de Reparación Económica fue reglamentada estableció como monto 250.000
pesos/dólares por cada desaparecido. Además de ser una medida que pretendía
ubicar la gesta de las Madres en una lucha individual, la ley –como suele
explicar Hebe de Bonafini– es reflejo puro del capitalismo: el sistema primero
te mata y te desaparece, luego te ofrece plata.
Una
perversidad sin límites.
En
aquel entonces, Hebe sostuvo: “Yo tengo
tres desaparecidos: 750.000 dólares, igual a madre millonaria pero sin hijos. ¡Nosotras
no queremos reparación económica porque la vida de un revolucionario no puede
tener precio! Ni a la vida de nadie se le puede poner precio. Pero además,
tenés que firmar cuándo crees que tu hijo murió, no que lo que lo asesinaron
¿Yo voy a firmar la muerte de mi hijo? ¿Yo voy a poner cuándo creo que lo
asesinaron? ¡Es una locura eso! Es también una manera de vender la sangre de
los desaparecidos. Las madres decimos: el que cobra la reparación económica se
prostituye. Te están pagando por el asesinato de tu hijo. La justicia no se
puede pagar con plata, no hay plata en el mundo en el mundo para reparar este
horror. La gente tiene que acostumbrase a hacer la revolución poniendo el
cuerpo, no pensando que si lo ponen y si le pegan mucho mañana le pagan. ¡No!”.
Esa
contundencia en el decir de las Madres y la convicción y claridad para analizar
las “propuestas” del sistema hizo que se fortaleciera aún más el lazo que las
une al pueblo.
En
el mensaje de Hebe había, también, un recado para los jóvenes. En pleno
menemismo, donde en el contexto de pizza con champagne la defensa de los
ideales parecía ser un despropósito, las Madres se transformaron en un oasis en
medio de un desierto: su defensa de la vida y la tozudez con la que defendieron
su postura desparramó un aire fresco frente a la desesperanza y el pretendido
“fin de la historia” con que una parte de la sociedad transitó la década.
Para
reafirmar la postura de las Madres, Hebe publicó un artículo en el diario
Página/12 que finalizaba con estas palabras: “Reafirmamos que nuestros hijos
jamás van a morir mientras haya jóvenes que sientan que la vida es el valor
máximo de todo revolucionario, que la sangre no se vende, y, como decía Camilo
Torres: ‘Ser revolucionario y amar la vida es no venderse jamás a cambio de
gratificaciones, promesas y prebendas’. ¡Ni un paso atrás!”
El mundo es un pañuelo
Para
quienes en la década del noventa éramos jóvenes y comenzábamos mirar los hechos
políticos con interés, las Madres eran un faro que iluminaba en medio de la
oscuridad de la exclusión, el saqueo, el individualismo extremo y la falta de
escrúpulos del peronismo gobernante. Cada acción de las Madres alimentaba la
rebeldía, la esperanza, el coraje, la solidaridad y propiciaba nuevos espacios
de encuentro para combatir la injusticia.
El
rechazo a la reparación económica de la Asociación no sólo sacudió el avispero
en el ámbito de los organismos, sino que esa postura levantó una bisagra ante
los intentos del menemismo de diluir cada una de las luchas con una mezcla de
represión y otra de poder económico. La decisión de las Madres recorrió el
mundo entero y se convirtió en un ejemplo de la lucha del pañuelo blanco: no
abandonar a los hijos y no dar ni un paso atrás.
Veinte
años después del rechazo a la reparación económica, la postura de las Madres se
actualiza y se dimensiona cuando los medios y ciertos periodistas las difaman
injustamente.
Principios sin final
Tanto
la socialización de la maternidad como la tajante decisión de rechazar la
reparación económica tuvieron –tienen– íntima relación con otras posturas
históricas de las Madres: los principios de la Asociación. Todos ellos componen
una red en la que cada uno se entrelaza con otro: un todo que es más que la
suma de las partes y que sustenta su praxis política desde hace 37 años.
Por
ejemplo:
ü No
dar por muertos a sus hijos y reconocerlos en los sueños y el compromiso
revolucionarios de otros jóvenes.
ü El
rechazo de las exhumaciones. “Las Madres de Plaza de Mayo rechazamos las
exhumaciones porque nuestros hijos no son cadáveres. Están físicamente
desaparecidos pero viven en la lucha, los ideales y el compromiso de todos los
que luchan por la justicia y la libertad de sus pueblos. No hay tumba que encierre
a un revolucionario. Un puñado de huesos no los identifica porque ellos son
sueños, esperanzas y un ejemplo para las generaciones que vendrán”, sostienen
las Madres
ü El
rechazo a los homenajes póstumos. “Rechazamos las placas y los monumentos
porque eso significa enterrar a los muertos. El único homenaje posible es
levantar sus banderas de lucha y continuar su camino. Los homenajes póstumos
sólo sirven para que los que garantizaron la impunidad, hoy laven sus culpas.
El único monumento que podemos levantar es un inquebrantable compromiso con sus
ideales”, afirman en sus consignas.
Amarlos es reivindicarlos
Todos
estos pilares sustentan la acción política que las Madres han sostenido a lo
largo de las décadas. Son estas posturas, debatidas en el seno de la
organización, las que les permitieron derrotar a sus verdugos, junto con el
despliegue de un sinfín de actividades que pusieron siempre a la vida por sobre
la muerte.
Se
podrán opinar muchas cosas sobre la radicalidad de las posturas de las Madres,
pero nadie podrá desconocer que están fundadas en el amor a sus hijos y en la
reivindicación de su lucha. Negar esa premisa invalida todo el análisis posterior
que se pretenda hacer.
Pero,
además, las decisiones que cimentaron su ideario político generaron otras
concepciones en la práctica, que ya corresponden al capital simbólico que la
lucha de las Madres sembró en sus 37 años de acción. Algunas de ellas:
ü “Las
calles y las plazas son de los pueblos”.
ü “La
única lucha que se pierde es la que se abandona”.
ü “Los
pueblos tienen poder si logran ganar las calles y ocupan las plazas”.
ü “El
otro soy yo”.
ü “No
existe la política sin amor”.
ü “La
revolución es una tarea de todos los días: pensar qué puedo hacer por el otro”.
Es
imposible mensurar la dimensión que han tenido cada uno de estos conceptos a lo
largo de los años, pero sí es perfectamente posible afirmar que la lucha de
gran parte de las organizaciones y movimientos sociales de Argentina y América
Latina se vio influenciada por las Madres. Su lucha y sus posturas han
inspirado a cientos de movimientos sociales.
Las
Madres que eligieron ser Madres de todos los que luchan y que rechazaron dinero
por la vida de sus hijos son, por todo eso, imposible de abarcar con una
definición lineal. Y mucho menos con una palabra precisa. Cualquiera que se
escoja amputaría algún sentido de su historia.
Si
escoger una palabra que resuma la lucha de las Madres y condense sus principios
históricos es una misión titánica, bien puede elegirse arbitrariamente –como
toda elección– treinta y siete palabras, una por cada año de lucha, para
emplearlas como sinónimos, aunque todo el mundo sepa que las Madres de Plaza de
Mayo son únicas.
Rebeldía. Amor.
Libertad. Alegría. Coraje. Pasión. Esperanza. Hogar. Pañal. Pañuelo. Lucha.
Solidaridad. Partos. Hijos. Sueños. Jueves. Revolución. Marcha. Plaza.
Creatividad. Valentía. Constancia. Patria. Comunicación. Resistencia. 30.000. Claridad.
Dignidad. Firmeza. Generosidad. Integridad. Inteligencia. Juventud. Ternura.
Proyectos. Política. Vida.
(Publicada en la revista "Ni un paso atrás", abril 2014)
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