Daniel volvió a su
casa a la hora de siempre fingiendo una rutina que acababa de romperse: lo
habían despedido del trabajo. Su cara estaba esmaltada por el pánico al futuro.
Antes de abrir la
puerta hizo una pausa –sus músculos se contrajeron– y se aferró al plan que había
pensado mientras caminaba: ocultarle la noticia a su novia durante dos semanas,
hasta que naciera el bebé. No quería preocuparla, aunque no tenía la menor idea
de cómo carajo hacer para que no se diese cuenta (más que un plan era una vaga noción).
Tomó coraje para
quitarse el barniz de pesadumbre y sonrió. Entró a la casa con la seguridad de
un hombre exitoso.
–Hola mi vida, no sabés cómo se
movió hoy Lucas –dijo Laura desde el comedor, al escucharlo.
–¿Sí?
–Más que nunca. Mirá, parece que la
panza me va a explotar en cualquier momento.
–Ahí voy. Espera que voy un toque al
baño –respondió Lucas fugitivamente.
Necesitaba ganar
unos segundos para asentar la idea y, sobre todo, para que su comportamiento no
lo delatase. En dos semanas puedo pegar otro laburo y no pasa nada, pensó.
El baño ya no era
un baño: era un camarín; y el resto de la casa, una sala de teatro.
–Llamó tu hermana, que mañana me
acompaña ella al estudio así vos no faltas al laburo, ¿te parece? –La voz de
Laura entró al baño. Él decidió ir al comedor.
–Dejame tocar a Lucas –dijo,
señalando a la panza.
–Sí, pero primero dame un beso, gordo.
Te extrañé mucho. Mirá, ¿sentís cómo se mueve?
–Sí, se re siente.
–¿Escuchaste lo que te dije de tu
hermana?
(Ejercicio del "Máster en Crónica Periodística" de la revista Orsai, a cargo de Josefina Licitra. Consigna: recrear una escena que te hayan contado)
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