Son las 23:58 y
Matías mira su reloj: faltan dos minutos para el Año Nuevo. “La puta que lo
parió”, dice. Pega un grito. Su voz es una alarma: la familia arriesga el rito familiar de comer seis uvas
antes de las doce. Los cuatro se levantan de la mesa como resortes. Tienen
ciento diez segundos. Miriam agarra los platos a toda velocidad, los apila y los
tira así nomás en la mesada. En el apuro se caen tres cuchillos, pero a nadie
le importa que queden en el piso hasta el año que viene. Los demás inventan lugar
en la mesa: corren los vasos, la fuente de asado, la panera, los cubiertos, los
restos de pollo, la bebida, la sal. Setenta segundos. “Te dije que miraras el
reloj, pelotudo”, grita Roberto. Matías agarra las uvas de la heladera. El departamento
tiene todo al alcance de la mano, menos mal. Reparten las uvas como si fuesen
cartas. Roberto las traga como las recibe, Sofía las acumula en la mano
izquierda. Treinta segundos. Se escuchan los primeros fuegos artificiales y
Coco, el perro, pega un brinco. Golpea una pata de la mesa y la bandeja de uvas
vuela a la mierda. “La reconcha de la lora”, putea Matías. Roberto: “Coco, la puta
que te parió”. Miriam dice: “Ya son las doce”, Sofía se mete cuatro uvas de un
saque. Quince segundos. Las uvas se desparraman, todos se agachan y gatean manoteándolas.
Diez segundos. Coco también come uvas. Se come otra puteada. Cinco segundos. Matías
traga la última. Gritan: “Seeiiis”. La tradición está a salvo. Feliz Año Nuevo.
(Ejercicio de redacción de velocidad del "Máster en Crónica Periodística" de la Revista Orsai, a cargo de Josefina Licitra)
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