Por Luis Zarranz
Lucía Álvarez de
Toledo traduce la realidad y los idiomas: es periodista e intérprete. Es
porteña como la melancolía, pero hace varias décadas vive en Londres. Allí editó
y tradujo al inglés “El Diario del Che en Bolivia” y el libro con los recuerdos
del padre de Ernesto. Y allí, en el 2010, escribió, en inglés, “La historia del
Che Guevara” para que hijos de Shakespiare y europeos conozcan mejor al líder
revolucionario más popular del siglo XX. Ahora, tradujo su propia obra al
castellano, editada por Emecé, quitando todas las referencias que los
latinoamericanos ya conocemos sobre el Che pero agregando algunas otras para
comprender su historia.
El resultado es un
libro que aborda al hombre y no la leyenda, y que recorre su asombrosa
trayectoria: de joven aventurero e idealista hasta el carismático líder
revolucionario que es (hablar del Che
en pasado es un oxímoron). La autora destaca un aspecto poco estudiado de la
identidad del Che: la argentinidad que forma parte de su personalidad.
Para presentar su
libro, Lucía Álvarez de Toledo vino a nuestro país, donde siempre está
volviendo, donde nunca se ha ido. Al hablar del Che, las palabras se le escapan
a borbotones: lo admira profundamente, es una militante de su ejemplo. Y,
además, proviene del mismo medio social que Guevara, con quien comparte varios
amigos y escenarios.
-¿Qué
era lo que más te impactaba del Che antes de escribir el libro y qué fue lo que
te impacto a medida que lo ibas escribiendo?
-Me impactaba el hecho de que fuera alguien
salido de mi propio medio. Me preguntaba cómo había hecho para convertirse en
un comandante guerrillero en Cuba. Era muy intrigante recoger anécdotas de
gente que lo había conocido. Es un personaje muy nuestro y no sólo porque nació
entre nosotros sino en su mentalidad, en su modo de ser, en sus postulados. El Che
no es un mito. Un mito es una cosa que está ahí arriba, que se venera. Eso es
lo que quieren los yanquis, que sea una cosa estratosférica, una estatua. El Che
es un símbolo de la solidaridad. Como son las Madres. Es el símbolo de la
rebeldía, de no aceptar lo que está mal. Cuando uno es el símbolo de todas esas
cosas también lo es del amor porque está detrás de estas búsquedas. No hay
factor más unificante que ese.
-Te
propongo un ejercicio. Pensemos en un nene de seis años. ¿Cómo le contarías
quién fue el Che?
-Alberto Granados, que era gran amigo del Che
y también lo era mío, tiene una anécdota que para él es totalmente
representativa y pinta a Ernesto de cuerpo entero. Alberto decía: “Con todo lo
que había leído, siendo un tipo culto, sofisticado, que hablaba bien francés,
tenía un don, una condición que es muy atractiva para que los chicos sepan:
eran incapaz de mentir”. La mentira le parecía una cosa terrorífica, una
traición: entonces no mentía. Y claro, no hacerlo a veces puede ser bastante
duro. Alberto contaba que una vez cuando estaban en Lima el profesor Hugo Pesce,
famoso leprólogo que los había alojado y les había dado de comer, les pide una crítica
del libro que había escrito y Ernesto le dice “es una porquería”. Alberto no lo
podía creer y cuando después le dijo cómo había dicho eso, Ernesto le respondió:
“No viste que no quería abrir la boca”. Eso es lo que hay que decirles a los chicos.
¿Qué ejemplo tenés que seguir del Che Guevara?: no mentir. Hay ahí una pureza que
es fantástica.
-En su
diario el Che anota que la experiencia en el Congo fue “un fracaso”. En Bolivia
no pudo escribir el final pero todos lo sabemos. ¿Calificarías como “fracaso”
la experiencia del Che en el Congo y Bolivia? ¿Por qué?
-Yo tengo que decir “Ernesto, lo siento mucho
pero no estoy de acuerdo” y entonces tengo que decir porqué. Él dice “esta es la
historia de un fracaso” y cuenta todo lo que pasó en el Congo con una severidad
consigo mismo terrorífica.
Él le da su diario de guerra a Fidel, que no
lo publica hasta que se supo que el Che había estado en el Congo. ¿Qué había
hecho Fidel al leerlo? Entendió que en vez de una guerrilla tenía que pensar
otro tipo de colaboración: médicos, educadores, instructores.
-América
Latina ha tenido cambios notables, sobre todo en la integración regional, en
relación a los años en que el Che actúa de manera continental. ¿Podemos pensarlo
como vanguardia de esa integración regional?
-Sí. Yo siempre digo que él entregó su vida
en Bolivia, que era el país más pobre porque estaba el estaño en manos de tres
ricachos con apellidos extranjeros y los aymaras reventados de hambre. Ahora
Bolivia tiene un presidente aymara: Evo Morales es la consecuencia del Che. A
mí me resulta muy difícil que me digan que el Che está muerto porque está
vigente en todas partes. Está presente en la alfabetización, por ejemplo. Por
suerte escribió mucho y se lo puede leer; hizo mucho. Tenía la enorme voluntad
de no achicarse ante nada. Esas son las cosas que tenemos que aprender. Era
médico: los médicos cubanos están por todas partes.
-¿Por
qué crees que la imagen del Che se ha convertido en un ícono mundial por encima
de otros líderes revolucionarios? En otras palabras, ¿qué tenía el Che que los
demás no?
-Tenía, y esto te lo dicen hasta sus enemigos,
esa cosa que se llama carisma, picardía, ironía. Se sabía reír de sí mismo. Y otra
cualidad muy linda: era de una humildad increíble. Hay una anécdota en el
campamento, en la Sierra Maestra, en la que están sirviendo café y se lo traen
a él primero. Él, apuradísimo, le dice al visitante: “No es que a mí me
sirvieron primero porque soy el comandante, sino porque lo tomo sin azúcar.
Ahora se llevan el termo y lo azucaran bien porque a los cubanos les encanta el
azúcar”. Eso es muy cautivador. En la selva, trataba de igual a igual a los
campesinos. Si no sabían leer sacaba ahí nomás un cuadernito y empezaba a
enseñarles. Y los campesinos, analfabetos, venían de años de sometimiento sin
que nadie los tratara así.
-Con
todo lo que has investigado, ¿cuál de todos los personajes que tuvo relación
con el Che te parece el más nefasto?
-Es una excelente pregunta. A mí un tipo que
me trae mal es Mario Monje Molina, que era Secretario del Partido comunista boliviano.
Yo lo entrevisté para el libro. Tengo un conflicto enorme con este tipo porque
ves lo que pasó: lo dejó ahí tirado, en la selva boliviana, le retiró el apoyo.
El Che dice que partió como quien iba al patíbulo. Y Monje se defiende y
sostiene que nadie hubiera seguido al Che en Bolivia por su color de piel,
porque era blanco y los campesinos color cobre.
-Además
de Fidel, Raúl Castro y Camilo Cienfuegos, ¿quiénes son las personas que más
marcaron el devenir del Che?
-Adoraba a los vietnamitas Ho Chi Minh y al general
Giáp. Giáp les dio la salsa a los
franceses, a los chinos, a los japoneses y a los yanquis. Y el Che tenía una
admiración por Ho Chi Minh que cuando una vez coincidieron en Rusia –esto me lo
contó el intérprete ruso de Madrid– el Che le pide de hablar –Guevara hablaba
perfecto francés– entonces le dice si podían tener una conversación de una
hora. Ho Chi Minh le dice que sí y el Che le dice a su intérprete que se vaya a
tomar el café. ¿Qué se habrán dicho? Daría cualquier cosa por saber.
-Una de
las hipótesis que el libro refuta es la que Fidel abandona al Che en Bolivia. ¿Cómo
definirías la relación entre el Che y Fidel?
-Dos tipos más distintos, imposible. Fidel es
un extrovertido tremendo, aunque tiene un motivo para hablar cuatro horas:
repetir mucho porque cuando llegó al poder los guajiros no entendían nada,
habían sido tratados como el orto: es un educador. El Che era tímido, no le
sacabas una palabra. Era muy retraído, muy privado, muy austero. Qué dos
personalidades tan distintas. Cuando se conocieron enseguida el Che le tuvo
gran admiración. Y a Fidel le gustó, me parece a mí, que el Che siempre hizo
una interpretación del marxismo nada petrificada. Encuentran interlocutores a su
medida porque los polos se atraen: esto también lo dice Raúl, lo decía Ñico López,
el gran amigo cubano del Che. Creo que hay algo de eso, de complementarse. Fidel
entiende que puede delegar ciertos aspectos de la Revolución en este tipo
porque tiene formación.
-El
libro desarrolla también las fuertes críticas del Che a lo que eran los “estímulos
materiales” de la URSS y que él contraponía con “estímulos morales”. En cierta
medida, ¿anticipó con estas críticas lo que luego sería la debacle de la URSS?
-Hay mucha gente que dice que sí. El Che le
tenía una alergia espantosa a la ley de valor, que era eso de que cuando hacés el
programa de producción el individuo es parte de ese engranaje. Los rusos hacían
eso y según el Che cada vez lo hacían un poquito más. Rusia es un país inmenso,
planteaba el incentivo material porque tenía que tener contenta a una población
enorme. Eso es la isla, donde eran cinco millones, no era necesario: no había
ese problema de diversidad de gente, de climas. Una cosa que al Che lo puso mal
es darse cuenta de que los rusos no lo iban a ayudar a industrializar. Él
quería salir del monocultivo, esa idea le venía de Martí que decía que el
pueblo que le vende a un solo cliente es esclavo de ese país. Los yanquis le
redujeron la cuota del azúcar a Cuba y después directamente la cancelaron. Los
rusos comenzaron a comprar toda la producción de azúcar de la isla. Al Che le
ponía los pelos de punta porque se estaba divorciando de uno y casando con otro
cuando lo que había que hacer era diversificar. Y la URSS nunca propuso eso.
-¿En términos políticos, tiene, tuvo, herederos el Che?
-La semilla está
sembrada. A mí que no me cuenten que está muerto. Estoy convencida de que el
pensamiento del Che sigue vigente. Pero lo que tenemos que comprender es la
calidad del personaje, la motivación, al individuo. Por eso escribí el libro:
para contar lo que lo anima.
-Los periodistas cuando escribimos solemos construir un
lector. ¿Pensabas en un lector y en qué tipo?
-Esto lo hablé con
la editorial, que me dijo que en vista de que hacía 45 años que se había muerto
y que no se termina de morir nunca, querían hacer un libro para la gente joven.
Este es un libro para la juventud. Eso me encantó porque la gente joven no está
viciada. Yo quería hacerles ver a esos jóvenes cómo era el mundo entonces. A
todos estos chicos informatizados no les entra en la cabeza cómo era estar en
la Sierra Maestra. No lo pueden creer porque ellos agarran la compu o el
celular y ya se comunican con todo el mundo. Quería mostrar la vida de Ernesto
para que también sepan cómo era el mundo antes de toda esta tecnología.
-¿Qué significó escribir el libro, publicarlo en inglés primero
y ahora en castellano?
-Fue muy difícil
porque hay muchísimas cosas que no se podían contextualizar. Al editor inglés
le daba un ataque de nervios porque yo ponía muchos nombres y los ingleses se
confunden tantos apellidos. Tuve que empezar a escribir sin esos detallecitos,
de una manera más simbólica. A los ingleses no les puedo hablar como te estoy
hablando a vos. Eso era un condicionamiento. Si bien tenía que quitar nombres y
preservar la idea para contarla de manera más abstracta, lo que era un laburo
chino, siempre supe que iba a contar lo que tenía que contar. Nadie me iba a
hacer contar lo que no quería. Contraté a un importante editor inglés y fue
lindísimo porque cuando lo llamé me dijo: “Del Che Guevara no sé nada, razón
por la cual te voy a poder ayudar mucho”. Claro, porque no venía con ideas
preconcebidas. Me obligaba a aclarar más el contexto, a no dar nada por
sentado. Cuando la editorial española me pidió que lo tradujera al castellano, aproveché
para quitarle todas las aclaraciones que los latinos no necesitamos. Eso fue
muy interesante. Y no solamente quité eso sino que agregué algunas detalles. Fue
volver a hacer el libro prácticamente
¿Quién es el Che en tu vida?
-El Che es parte de
mi vida. Es la esencia de la argentinidad. Si nosotros nos apropiamos de esas
cualidades el Che es una guía, tiene las respuestas para todo. Es el sucesor de
Bolívar, el que marcha a la cabeza de todos los reclamos.
Leí primero el libro y ahora la entrevista, sinceramente me gustó mucho más la entrevista que el libro, la entrevista tiene vida y me da la posibilidad de entender mejor a la autora.
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