domingo, 5 de agosto de 2012

"Los periodistas tenemos que dejar de alegar obediencia debida"

Entrevista al periodista Darío Aranda

Por Luis Zarranz y Cristian Estrella
Desde hace más de diez años, Darío Aranda recorre comunidades campesinas e indígenas para contar lo que allí sucede. Es periodista, es colaborador del diario Página/12 y de lavaca, y es autor de “Argentina Originaria. Genocidios, saqueos y resistencias”, en el que describe y denuncia cómo impacta el modelo económico extractivo (soja, minería, petróleo, pasteras) en las poblaciones rurales.
Es, entonces, un trotamundos: allí donde hay un conflicto campesino o un reclamo de los pueblos originarios, dirá presente. Esta manera de ejercer la profesión, que al fin de cuentas debería ser el abc de cualquier periodista, lo ha transformado en un referente de la temática y en algo más: en un espejo donde mirarse.
Lejos del relato maniqueísta entre periodistas opositores y militantes –como si los primeros no lo fueran– Darío denuncia con igual contundencia a empresarios sojeros que desmontan, a gobernadores oficialistas que reprimen, a los dueños de los grandes diarios que invisibilizan y al Gobierno que promueve la extensión de la frontera agropecuaria sobre la base del modelo agrotóxico.
El año pasado denunció, también, que Página/12 había censurado una nota suya sobre el crimen de Cristian Ferreyra, integrante del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE), en la que mencionaba la responsabilidad política del gobernador Gerardo Zamora. (El diario quitó el párrafo con esa mención en dos notas consecutivas).
En esta entrevista habla de todo eso y mucho más.

-¿En qué puntos nodales se puede definir el modelo extractivo?
-El modelo extractivo –no descubro la pólvora ni lo defino yo– se le llama a lo que es la política extractiva de recursos naturales que se da en distintas partes del mundo, particularmente en Latinoamérica. En Argentina está dada, principalmente, por la soja, el petróleo y la megaminería. No todos los países de la región tienen estas tres industrias, pero Argentina sí. La matriz que lleva este modelo es la obtención de distintos niveles de rentas con consecuencias ambientales, sanitarias, sociales, desalojos masivos de campesinos y comunidades indígenas, y represión.

-¿Cuáles son los riesgos más visibles de este modelo para las poblaciones campesinas y originarias?
-El modelo extractivo lo que necesita es territorio vacío. Entonces las primeras afectadas son las comunidades campesinas pero no solamente: distintas poblaciones, como Esquel, Andalgalá o Humahuaca, sufren esas consecuencias donde se prioriza la renta por sobre la calidad o la forma de vida de sus pobladores. Una aclaración: no depende de un gobierno más o menos progresista: todos los gobiernos de la región, incluso Evo Morales y Hugo Chávez, han impulsado este modelo que atenta contra la vida campesino-indígena.

-Durante el 2011 el Gobierno difundió el Plan Estratégico Agroalimentario (PEA), ¿Cuáles son las consecuencias que generaría su aplicación en las comunidades y las economías de grado familiar?
-Es un proyecto bien interesante de leer. Son 180 carillas. Lo que propone, entre otras cosas, es aumentar un 70% la producción granaria. Argentina produce 100 millones de toneladas de granos; la mitad es soja. El PEA planea aumentar la producción a 170 millones en el 2020. Lo que dicen las empresas y el gobierno es que el aumento se va a lograr a través de un mejor rinde, lo cual es cierto y factible, pero también reconocen que se van a necesitar nuevas áreas. No se va a avanzar sobre Palermo o Recoleta sino sobre las poblaciones campesinas e indígenas. Cada centímetro que se avance para incluirlos en el modelo agroindustrial va atentar contra su modo de vida y al mismo tiempo va a atentar sobre la soberanía alimentaria, que es la producción de alimentos reales para el país y no la producción de commodities o alimentos para las fábricas europeas. En ese sentido las consecuencias directas van a ser una mayor conflictividad. Lo que ya ocurre, al haber resistencia y organización de las comunidades, es la represión, sea por vía privada o estatal. Criminalización y represión de los campesinos indígenas. En los últimos dos años hubo cuatro asesinatos y en Neuquén hay 250 mapuches procesados, acusados de usurpadores en el territorio que siempre vivieron. En Santiago del Estero, con el tema de la soja y el avance de la frontera agropecuaria, hay 500 procesados por defender su territorio.

-¿Cuáles son las provincias con mayores conflictos?
-Todas donde se ha corrido la frontera agropecuaria: parte de Córdoba, Santiago del Estero, Chaco, Formosa, Salta, norte de Santa Fe, una parte de San Luis. Después hay consecuencias indirectas porque, por ejemplo, en Mendoza no hay soja, pero la ganadería que estaba en Córdoba fue corrida y se trasladó a esa provincia que sufre el corrimiento de la frontera agropecuaria. En Catamarca sucede lo mismo: la ganadería fue corrida por la soja y también hay un corrimiento de la frontera ganadera por monocultivo. Eso por el sector agropecuario; y por la minería toda la cordillera, donde no sólo están afectadas las poblaciones campesinas sino los pequeños pueblos.

-En el libro “Argentina Originaria” hacés mención a la ley nacional 26.160 que ordena la suspensión de desalojos y el relevamiento. ¿Qué nivel de cumplimiento tiene en las provincias?
-Bajísimo. Es una prueba concreta de mucha legislación que se aprueba, que es bienvenida y necesaria, pero que el poder político la utiliza como una barrera de contención tratando de no implementarla y avanzar igual con el modelo extractivo. Hay provincias donde ni siquiera se ha firmado el convenio de aplicación, por ejemplo Neuquén y Formosa, y no es casualidad que sean estas dos provincias donde su política es de las más represivas

-A partir de la articulación de los estados provinciales pro-minería, escribiste que había nacido el Estado minero. ¿Cómo es eso?
-El Estado nacional, junto con las provincias mineras, confirmó la OFEMI, la Organización Federal de Estados Mineros. El acta de formación de ese colectivo pro-minero lleva la firma de la Cámara Argentina de Empresarios Mineros, que en realidad tiene poco de argentina porque están todas las multinacionales. Ahí quedó en evidencia cómo el actual gobierno está asociado de una forma innegable con las grandes corporaciones mineras. En ese sentido decía, en términos periodísticos, que nacía el estado minero explícitamente: empresas, gobierno nacional y gobiernos provinciales.

-A partir de las luchas de Famatina y Tinogasta, la Presidenta dijo que existía la posibilidad de impulsar el desarrollo minero sin contaminación. ¿Lo ves viable?
-Es difícil pensar que la megaminería no traiga problemas ambientales para las comunidades porque los casos concretos de la historia latinoamericana lo muestran así. Me parece que es un tema que se merece un debate serio, que no aceptan ni el gobierno nacional ni los provinciales porque saben que tienen mucho que perder. Las pruebas concretas no ayudan a creer que puede haber una minería no contaminante. Tomo como referencia a Minera Alumbrera: 15 años de explotación sin cumplir ninguna de las promesas que trajo. Ni trabajo, ni bienestar social, ni cuidado ambiental. Nombrame un proyecto megaminero de Latinoamérica donde el pueblo donde se ejecuta no sea pobre.

-¿Cuál es la situación en Río Negro con el pueblo mapuche?
-En Río Negro, ahora está suspendido pero era escandaloso el proyecto para ceder tierras a capitales chinos para la siembra de producción intensiva en el Valle, en la zona de Choele Choel. A la vez, el gobierno provincial habilita la megaminería. La provincia ya tiene antecedentes con el proyecto Calcatreu de lo que es la minería, la contaminación, cómo se afecta a las poblaciones mapuches, a los puesteros, a la población urbana. Es muy fuerte ahí la organización de la asamblea de Bariloche, de Viedma, de Patagones. Por otro lado lo que se está dando es la exploración de la cuenca del Ñirihuau, petrolera e hidrocarburífera, que incluso afecta a partes del Parque Nacional Nahuel Huapi. Es una política de Estado y creo que con la avanzada petrolera, acentuada a partir de la expropiación de YPF, es un grave riesgo que corren las poblaciones, que están muy atentas. Están en alerta porque es parte del mismo modelo extractivo. No hace falta mucho recorrer las grandes ciudades como Bariloche para ver la gran población mapuche y campesina que ha sido expulsada de sus territorios en las últimas décadas.

-¿Por qué creés que el genocidio de los pueblos originarios no tiene el mismo nivel de repudio ni de visibilidad que el genocidio de la última dictadura militar?
-No es un descubrimiento mío sino que es una reflexión de las comunidades. En algunos lectores de Buenos Aires hizo falta que lo diga el juez Zaffaroni con algunas palabras más lindas pero con el mismo sentido. Dijo que el genocidio de los pueblos indígenas es un genocidio negado por una cuestión de clase social y de etnia. El de la última dictadura afectó básicamente a clases medias, (universitarios, trabajadores, estudiantes), no en cuanto a poder adquisitivo sino en cuanto a identificación de clase. En cambio los pueblos indígenas son sectores empobrecidos, históricamente discriminados, invisibilizados. Por otro lado un factor más que importante es que el genocidio de los pueblos indígenas es sobre el que se asienta el estado moderno argentino, que nace a partir de ese genocidio. Entonces reconocerlo es reconocer el papel genocida del Estado actual también.

-Los pueblos originarios lograron convivir con el planeta durante siglos. En esta época todo está conducido al consumo, que requiere cada vez más metales, papel, combustible.  ¿Qué le pasa a un periodista como vos cuando viaja y entra en contacto con esa cosmovisión, y volvés a tu vida cotidiana?
-Por un lado trato de no idealizar tampoco la lucha indígena ni la lucha campesina. Están las mismas virtudes y miserias que en cualquier otro sector de la población. Lo que sí admiro profundamente es la capacidad de resistencia de generación en generación para defender una forma de vida. Mi hipótesis, tampoco es una verdad revelada, es que durante los 90 y a principios del 2000 la mayor conflictividad se daba en los sectores urbanos (grupos de piqueteros, desocupados, fábricas recuperadas, sindicatos) a partir de la exclusión del mercado de trabajo; entonces pedían ser incluidos. En esta década ha habido mejoras económicas concretas, y la mayor conflictividad se ha trasladado, a mi parecer, a los sectores rurales (vecinos, pueblos indígenas, asambleas socioambientales) y la diferencia de la conflictividad es cualitativa, quizás también cuantitativa. Los pueblos indígenas y campesinos no están pidiendo mejoras económicas, aunque les vendría muy bien porque muchas veces las necesitan. Lo que están pidiendo es que se respete una forma de vida, entonces no hay negociación posible, porque no hay plata del mundo que pueda pagar esa aceptación del modelo que se les quiere imponer. Y ahí es cuando me queda el convencimiento de que toda esta mayor conflictividad se va a acentuar porque los pueblos organizados, los campesinos, las comunidades indígenas van a resistir cada centímetro de avanzada territorial.

-¿Qué es lo que más te sorprendió de estas luchas?
-A mí me sorprenden muchas cosas. Por un lado el doble discurso de los gobiernos que dicen defender los derechos humanos o están contra las corporaciones mientras los pueblos indígenas y campesinos sufren, día a día, la vulneración de sus derechos humanos, justamente a favor de las corporaciones mineras, petroleras, sojeras. También me sorprende mucho el doble discurso de los medios de comunicación masivos que se van acomodando según para qué sector de intereses juegan en un momento determinado. Una cosa es la línea editorial, eso no se discute en los medios comerciales, y otra cosa es mentir sobre la realidad. Siempre tomo como paradigma la represión al pueblo Qom en Formosa, el 23 de noviembre de 2010. Clarín y La Nación enfocaron el hecho vinculando al gobernador Gildo Insfran con el gobierno nacional. Estaba muy bien porque hay una clara vinculación: lo protegieron todo el tiempo y demás. Ahora, Clarín y La Nación nunca hablaron del modelo extractivo, que es lo que impulsa el avance de la frontera agropecuaria en la zona, porque son socios estratégicos sostenedores de ese modelo. Por otro lado los diarios más vinculados al gobierno enfocaron el hecho inicialmente como un hecho policial y después llegaron hasta la responsabilidad política de Insfrán. Nunca vincularon algo obvio: a él con el gobierno nacional.
Creo que queda en evidencia cómo los grandes medios de comunicación ya no son importantes por lo que dicen sino por lo que ocultan. Y ahí me parece que nos debemos una autocrítica del rol que cumplimos los laburantes de los distintos medios de comunicación. Me parece que también eso es algo pendiente que tenemos en este oficio: hacer la autocrítica de hasta dónde somos funcionales a esa mirada mentirosa de los grandes medios.

-Hace algunos meses denunciaste que Página/12 había cambiado el sentido a unos de tus artículos. ¿Qué pasó a partir de entonces? ¿Cambió algo?
-Hay censura en todos los grandes medios de comunicación. Se hizo público en su momento en Télam y en Página pero hablo seguido con colegas de Tiempo Argentino, de Clarín, de La Nación y la censura es cotidiana. Lo más peligroso es que hay mucha autocensura también. No apunto al gobierno nacional: la responsabilidad es de los grandes medios de comunicación, de los editores, que se han transformado en comisarios políticos; y también hay una responsabilidad de los trabajadores de prensa –menor, que quede claro: los periodistas nos debemos la autocrítica de hasta dónde somos funcionales a esos comisarios políticos que se disfrazan de editores. A mí me han cuestionado mucho por haber hecho pública una situación de censura y muchos creen que esas cosas hay que silenciarlas o discutirlas hacia adentro y para mí no. Desde 2003 que escribo sobre pueblos indígenas en Página y nunca pude escribir nada sobre Formosa. No es casualidad. Es algo visible: estoy publicando muchísimo menos de lo que publicaba antes, con notas mucho más pequeñas.
 
-También es cierto que esta situación laboral que a vos mismo te afecta (ser “colaborador” desde el 2003, con la precariedad que eso implica), también habla de la facilidad para controlar los contenidos
-Sí, está claro que la censura y la precariedad laboral van de la mano. No sólo en mi caso sino en cualquiera. Creo que el gremio de prensa es de los más flexibilizados a nivel nacional. De hecho en Buenos Aires, después de 30 años, se ha logrado llegar a una paritaria, Es paradójico: estos medios de comunicación que publican muchas veces el tema de flexibilización laboral y el trabajo en negro son los primeros a la hora de flexibilizar. El gremio no contempla, o lo hace muy mal, la figura del “colaborador ocasional” o freelance. Las revistas del grupo La Nación, por ejemplo la revista Rumbos, se hace toda con colaboradores. En Página/12 hay una redacción paralela de colaboradores. Obviamente que eso le abarata los costos a cualquier gran medio. Si a vos te tienen en una situación de precariedad laboral la censura y la autocensura van de la mano, son complementarias.

-¿Cómo definís esta época para hacer periodismo?
-Hasta el año pasado daba clases de periodismo y siempre decía lo mismo: es un oficio muy duro en cuanto a los intereses que hay que sortear y los problemas que muchas se plantean, pero es hermoso. Me parece que como nunca antes el periodismo está en debate. ¡En buena hora! La Ley de medios ayudó muchísimo para eso. Este momento de descrédito se lo debemos a los grandes medios y también a nuestro rol: los periodistas tenemos que dejar de alegar obediencia debida para ocultar lo que pasa. Si hoy el periodismo está en un descrédito enorme, que bienvenido y bien merecido lo tiene, es por el rol de los grandes medios de comunicación y por los profesionales que estamos en esos medios también. Hay que hacerse cargo. Más allá de eso hay un enorme potencial y una enorme necesidad de seguir laburando y mucho de eso canaliza en los medios alternativos, comunitarios, cooperativos, sociales. Buena parte del mejor periodismo está pasando por esos lados, sin por eso decir que todo lo de los grandes medios es malo porque también es mentira: hay muchísimos colegas de los grandes medios que día a día dignifican el oficio.
-¿Por qué elegiste este tipo de periodismo y quiénes son tus referentes?
-A los temas que trabajo llegué de casualidad y me di cuenta que me rencontré con mis raíces. Mi viejo era laburante del campo en Corrientes y mi vieja una cosechadora de algodón del Chaco. Mis referentes son, básicamente, Rodolfo Walsh y Osvaldo Bayer. Por ahí son lugares comunes pero es la verdad. A Osvaldo lo leí en la contratapa de Página/12 y la primera vez que tuve la posibilidad de darle la mano casi me desmayo. Es un nivel de coherencia tremendo. Después, en el día a día, uno va conociendo mucha gente y también son inspiradores, pero de ellos creo que aprendí a escuchar más que otra cosa. Después lo único que uno hace es tratar de escribir y dar testimonio. Hay una cuestión conceptual: muchas veces los periodistas dicen “damos voz a los que no tienen voz”. No concuerdo con eso: creo que todos tienen voz. A lo sumo lo que hacemos es tratar de amplificar esa voz que muchas veces los poderosos no quieren escuchar. Pero todos tienen voz y está bueno ir a los lugares donde sucede, donde esas voces están gritando.

(Publicada en la revista "Al Margen", Bariloche, Agosto 2012)

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