Por
Luis Zarranz
Teresa Parodi y Ana
Prada son dos artistas que se admiran mutuamente. No pueden ni querrían
disimularlo: no quieren ni podrían. Entonces les es espontáneo el proceso que
las fue uniendo sobre un escenario hasta parir un show inédito –“cosido a mano
y a medida”, como lo promocionan– que las hará presentarse en Buenos Aires y
Montevideo.
El concierto es una
excusa para conversar con estas cantautoras de ambas orillas del Río de la Plata.
Dos artistas de distintas generaciones, ligadas por la sensibilidad, la
canción, la guitarra y por esa capacidad de sintetizar lo que piensan y sienten
miles de personas: su público.
-¿Qué implica para cada una compartir escenario con la
otra?
Teresa Parodi: -Para mí es un
placer y una necesidad hermosa que exista una artista como Ana, que viene
marcando una huella honda, con gran originalidad; sabe lo que quiere decir y lo
dice con mucha belleza. Y es muy importante, como autora y compositora, juntarme
en ese plano con una par de un país querido como es el Uruguay. Siempre digo que
el Mercosur surgió mucho antes en los artistas y en los vecinos. Está cosa
maravillosa que los pueblos construyen está por encima de los límites. Este
natural ir y venir entre nosotros hizo que también llegara Ana a nuestra
orilla, con sus canciones. Me deslumbró y me dieron ganas de compartir con ella
este camino.
Ana Prada: Para mí es un
honor poder compartir este proceso de conocer a Teresa, de profundizar en su
obra, de componer con ella, de aprender todo el tiempo. Y es una alegría muy
grande darme cuenta que existe gente coherente con su vida, su obra y su
música. Teresa es como es en sus canciones: una persona muy generosa, que
siempre está mirando a los más desprotegidos, a los que venimos de atrás.
-¿Cómo imaginan el show del 4 de agosto en el ND Ateneo?
TP: -Primero compusimos muchas cosas
juntas. Fue muy emocionante, como aprendizaje nuestro. Ella dijo la palabra ‘aprender’,
que es muy hermosa, y yo siempre aprendo, y mucho de ella. Además me gusta
estar siempre aprendiendo. El espectáculo va a tener canciones que hicimos las
dos, que no son idénticas ni a mí ni a ella: son un poco de las dos, un
resumen, un encuentro verdadero. Hay una simbiosis. Gozamos de la tarea de
componer. Aparte, nuestras propias canciones y vamos a cantar canciones de una
y de la otra. Es totalmente integrado: aspiramos a tender puentes en conjunto con
la gente.
-La promoción del show dice “cosido a mano y a medida”. ¿Cómo
se ubican ustedes en sus carreras, como costureras de la canción, frente a la
industria que en ocasiones desplaza a los cantautores a un rincón?
TP: -Siento que es muy despareja la
lucha pero que es hermosísimo el camino de hacer la música desde este lugar y
no me cambio para nada. La industria es tentadora: te propone. Es una cuestión
muy individual y personal la elección. Siempre he sentido que la canción es un
trabajo artesanal: se hace con el corazón, con la cabeza y con las manos. Lo
veo así, porque con la mano en el instrumento estás buscando la canción; estás
dándole muchas cosas tuyas y dejando testimonio de cosas que pasan a tu
alrededor, del día a día, de quiénes somos. Además porque resumís las voces de
otros que vinieron atrás, que escuchaste, que te marcaron, y seguís caminando
en ese sentido. A mí me fascina hacer la canción desde ese lugar. Bah, no
podría hacerla de otra manera. Jamás me podría incorporar a ese otro costado de
la industria: creo mucho en esta canción.
AP: -Estoy totalmente de acuerdo con Teresa
y creo que hay dos industrias, porque por debajo de la más visible, con más
plata, con más pauta en la radio, que te machaca y machaca, se viene gestando
un movimiento de cantautores más independiente, y al mismo tiempo con un
sentido de pertenencia y de juntarse, que está moviendo muchísimo público: también
es una industria, menos visible y más sólida. Creo que la que está en crisis es
la otra. Se terminaron las millonadas por la venta de discos. Ahora está
Internet, hay que empezar a pensar y legislar de otra manera.
TP: -Antes dependías de que pusiera los
ojos en vos una compañía discográfica. Yo soy de esa generación. Yo gané
Cosquín completamente sola con mi guitarra. Bajé y ya tenía a cuatro o cinco compañías
haciéndome sus propuestas. Eso cambió muchísimo. Ahora ganan en Cosquín los que
tienen una compañía.
Teresa, en tu trabajo ya lograste una identidad: sos una
representante de nuestra cultura. ¿Cómo se hace para revalidar eso en cada
trabajo?
TP: -No sé. Lo que sí sé es que cuando
soy fiel a lo que pienso y a lo que quiero decir me reafirmo a mí misma y me
parece que ahí voy construyendo esta imagen que la gente puede tener de mí.
Pero esto pasa porque me parece que soy sincera. Estoy como agarrada de mis
propias convicciones y eso contribuye a que la gente reconozca mi trabajo o se
reconozca muchas veces en lo que escribo. Y algunos también me rechazan por
eso. Lo estoy pensando ahora, con vos, en voz alta, porque me hiciste esa
pregunta, que nunca me hicieron.
Ana, venís construyendo una relación increíble con la
Argentina. ¿Qué dimensión le das a este diálogo con el público argentino?
AP: -Estoy agradecidísima. Veo que se va
construyendo de a poquito un público muy fiel, muy seguidor. Es muy agradecido
y yo estoy agradecida con él, que en definitiva es quien decide. Me siento muy
amparada y orgullosa con este camino de compositora latinoamericana, con esta
puerta que me está abriendo Teresa. Como decía Yupanqui, las canciones están
ahí, uno no es más que una antena que las baja.
En todas las historias, suele haber “un día” para señalar
el inicio de algo. En las suyas, ¿existe un momento en que dijeron ‘voy a
dedicarme a esto’?
TP: Yo tengo uno muy claro: era muy
chica e iba al campo de mis abuelos, los peones hacían fiestas, nos invitaban y
mis papás nos llevaban a esos bailes de pista de tierra, que se regaba para que
no levante polvareda. Y no me podían sacar de al lado de los musiqueros. Miraba
fascinada. Y pensaba ‘ellos tocan y la gente se transforma’. La cara les
cambiaba cuando bailaban. ‘Quiero hacer eso que hacen ellos’, dije. Les miraba
las caras: todos eran lindos cuando bailaban, se transformaban con una sonrisa.
Era muy chiquita y empecé ‘quiero una guitarra, quiero una guitarra’, y al
final me la compraron y vino mi historia. Me acuerdo: lo tengo clarísimo.
AP: -Yo tengo dos momentos: uno muy chica
cuando mi padre, que toca la guitarra muy bien, nos grababa. Entonces ensayábamos
canciones con mis hermanas y después nos
encerrábamos en el cuarto y grabábamos. Eso sucedió durante dos años, que cada
tanto preparábamos canciones, de la España antigua, de la escuela, y me lo
tomaba con una solemnidad y una emoción que sentía que me ponía en un lugar
diferente del resto. Se me quebraba la voz de la emoción. Tenía 4 años. El
segundo momento es cuando tomé conciencia de que quería hacer esto el resto de
mi vida, después del disco ‘Soy sola’, cuando vi que las canciones eran bien
recibidas y que el disco empezaba a abrirse camino. Me he podido dar ese lujo
de decir ‘me la juego’. Sentía que había algo que me emocionaba mucho de la
música y me costó asumirme como cantautora, pero hay trenes que pasan una vez
sola y hay que subirse.
El
pañuelo como faro
-¿Qué
representan las Madres para ustedes que son representantes de la voz latinoamericana?
TP:
-Para mí son una luz que he mirado y seguido aún en los momentos más duros, cuando
se decía que era el fin de las ideologías: yo miraba por dónde estaba el
pañuelo luminoso de las Madres y por ahí caminaba. Me orientaban porque hubo
mucha confusión, mucha desilusión, mucha indiferencia. Intentaron imponer el
olvido de todas las formas y de alguna manera existió: lo pudimos ver, tocar. Y
las Madres quisieron que esto no sea así y siguieron caminando iluminando todo
lo que tocaban. Tengo, además, un vínculo afectivo de gran intensidad, muy
definitivo en mi vida. Necesito estar con ellas, me hacen bien como madres y
son un ejemplo. Estas mujeres que no se callaron, que eran pequeñas y tan
grandes al mismo tiempo, a punto que pudieron pelear contra el poder más
horroroso y contra el genocidio. Ahora vivimos en democracia hace muchos años
pero estaban en la Plaza en los años en los que nadie se atrevía a decir nada.
Y se enfrentaron al poder como nadie. Son un ejemplo extraordinario de vida y
de lucha, de amor por la vida.
AP:
-Coincido en todo y viéndolo desde Uruguay, desde otro país, creo que es un
ejemplo para el mundo porque ha sido una lucha con una fuerza inconmensurable
desde un estilo muy femenino de lucha, desde el amor más profundo. También
demuestra que el amor de madre no tiene límite, que es interminable e
invencible.
(Publicada en la revista "Ni un paso atrás", agosto 2012)
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