domingo, 5 de junio de 2011

Un campo de batalla

EL MODELO SOJERO Y SUS CONSECUENCIAS

La socióloga Luciana Manildo analiza las consecuencias que tiene el monocultivo en el campo social y que produjo la extinción del chacarero. La paradja: del antiguo arrendatario que no podía acceder a la tierra al propietario que no puede producir.

Cuando esta nota era un poroto, escuché la frase que la hizo germinar: “Para mí es fundamental devolver de algún modo a la sociedad la guita pública invertida en nuestra investigación, y el único medio posible es aportando algo a la agenda social”.
Su autora fue Luciana Manildo, socióloga, magister y doctoranda en Ciencias Sociales de la UBA, docente de la Universidad General Sarmiento y becaria del Conicet.
Con esas palabras, que sentí como una canoa en contra de la corriente académica que navega en barcos de ombligos propios y términos que requieren subtitulado, Luciana me empapó los prejuicios y me rescató del naufragio en el que casi me ahogan los crípticos y sordos trabajos académicos.
Con la humedad aún a cuestas comencé a escucharla. Y, con las conversaciones que siguieron, esta socióloga se convirtió en una profesora particular, como esas a las que acudimos cuando una materia del secundario se ponía jodida, que me explicó en castellano las transformaciones que produjo el modelo de agronegocios en la pampa húmeda.

CAMPO MINADO
“La soja no es el asunto sino el modo de producción, las transformaciones, las relaciones de producción”, me dice para que mis sentidos esquiven el árbol que nos tapa el bosque.
Desde hace años, Manildo viene investigando las transformaciones en la agricultura familiar pampeana junto a otras canoas que también reman, río arriba, en el torrentoso cauce académico. Con el timonel de Carla Grass y Karina Bidaseca, publicaron una obra colectiva: “El mundo chacarero en tiempos de cambio. Herencia, territorio e identidad en los pueblos sojeros” (Edicione Ciccus).
En ese libro no sólo analizan las intensas mutaciones del agro en los últimos años sino que pusieron los pies en tres pueblos del sur santafecino -Alcorta, Bigand y Maciel- para abordar la relación entre las dinámicas sociales y productivas, referidas a la estructura social agraria, y las ruralidades.
Allí, entonces, conceptualizan lo que apreciaron en el trabajo de campo: la extinción del sujeto social chacarero en los cánones en los que fue parido y consolidado. Y una serie de transformaciones, luchas y resistencias condensadas en pleno corazón de la producción sojera.
Luciana argumenta: “La figura del chacarero remite a un sujeto históricamente relevante en la estructura social agraria: el productor familiar capitalizado, cuya presencia caracterizó históricamente los procesos de desarrollo agrario en el país. En la región pampeana, este sujeto tuvo como rasgos principales el trabajo familiar, el acceso a la propiedad de la tierra y la dinámica conexión con los mercados (de productos, insumos y crédito). Sin embargo, referir al chacarero no solo hace referencia a ciertos rasgos y relaciones de producción sino también al proceso histórico que los constituyó, en el que se despliegan trayectorias inmigratorias, luchas sociales y participación política”.
A partir de allí señala a la década del 90 como el momento bisagra donde se cristalizó el nuevo modelo socioproductivo agrario (caracterizado por una intensa innovación tecnológica, separación de la propiedad de la tierra de la gestión y conducción del proceso productivo: el agronegocio del cual la “sojización” es apenas su emergente) que afectó a las explotaciones de tipo familiar, transfiriendo a la fracción de los pequeños productores familiares los efectos sociales del modelo.
Estas transformaciones estructurales implicaron múltiples cambios pero también ganadores y perdedores. “Para decirlo de un modo que resulte gráfico: en el período 1988-2002 el número total de explotaciones agropecuarias en el país disminuyó cerca de un 21%. En la región pampeana, la pérdida de unidades productivas alcanzó niveles todavía más altos: 25.6%. Si se consideran los distintos tamaños de explotaciones, se observa que la  disminución adquiere su mayor expresión entre las unidades de hasta 200 hectáreas (26%)”, señala Manildo, mientras se enfría el café con leche, que toma amargo.
Luego, agrega: “La desarticulación de la agricultura familiar implica asumir pautas organizativas de mayor flexibilidad y riesgo para mantenerse en producción”. Uno de los resultados: la caída de la preponderancia del sector agropecuario como actividad económica en el interior. “La producción agropecuaria como eje ordenador de la vida social del pueblo no existe más. ¿Por qué? Porque un esquema basado en muchas explotaciones pequeñas o medianas en la que trabaja la familia pero también contrata parcialmente mano de obra asalariada significa que hay gente laburando que luego consume en el mismo lugar en que reside. Esto no está más. Esta idea de que ‘los pueblos del interior viven del campo’ no existe porque cambiaron las dinámicas locales en términos de generación de empleo y peso en la dinámicas sociales”.
Conclusión: “Esto repercute sobre el conjunto de la economía de los pueblos, sobre los niveles de bienestar de los hogares, sobre los mecanismos de integración social y sobre los entramados sociales”. La pregunta es ¿de qué forma? Ésa es una de las respuestas que el libro se responde atendiendo a la multiplicidad de factores que condicionan la respuesta. 
Quien los contempla con precisión es Carla Grass, una de las directoras de la investigación. Socióloga, doctora en Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y docente de la Universidad Nacional de General Sarmiento, donde además se desempeña como Investigadora Independiente del Conicet, ha trabajado sobre expansión agroindustrial, estructura agraria, campesinado, agricultura familiar y actualmente sobre las formas de representación social y política en la nueva ruralidad argentina.
Ella es el mascarón de proa de las canoas: “Las nueva coordenadas productivas e institucionales llevaron al desplazamiento de un número significativo de chacareros, muchos de los cuales conservaron la propiedad de la tierra –cuando éstas no fueron rematadas o vendidas en los casos en que estaban endeudados, situación bastante extendida en los años noventa– y comienzan a arrendarla, lo que puede verse, como ha señalado Silvia Cloquell, como un pasaje paradójico del antiguo arrendatario que no podía acceder a la propiedad de sus tierras, al propietario que no puede seguir produciendo, a estos ‘mini rentistas’ del comienzo del nuevo siglo. Es decir, cómo la expansión del nuevo modelo genera nuevas figuras y posiciones sociales”.
Más pistas: “Al mismo tiempo, entre los que siguen en actividad podemos observar una suerte de lógica de “ganadores y perdedores”, y una fuerte recomposición de perfiles socioproductivos, que hace que la referencia a un sujeto chacarero pierda la relativa consistencia que pudo tener en otros momentos y contextos históricos. Estas situaciones contrastantes en más de un sentido permiten conocer trazos centrales de los procesos de descomposición y recomposición de la producción familiar capitalizada en el agro pampeana. Y a la vez, como nos planteamos hacer en nuestro trabajo para comprender esas transformaciones en toda su complejidad, mirar el proceso desde este actor permite restituir sus lógicas de acción en el nuevo escenario y cómo ellas nos hablan de los modos subjetivos de significar los cambios, los que son indicativos del proceso de reconfiguración material y simbólico que han atravesado, con consecuencias en la producción de identidades”.

VENCEDORES VENCIDOS
Carla se asienta sobre los sujetos en los que se materializan esas identidades: “Nos ha interesado comprender los modos en que los actores significan sus prácticas, lo que nos permite acercarnos a los contenidos económicos, ideológicos y políticos que en ese proceso los propios actores dan al modelo, atendiendo tanto a las formas en que se construyen las legitimidades de las posiciones de los ‘ganadores’ como a las formas en que esas legitimidades buscan ser impugnadas por otros”.

-Luciana, ¿Qué resistencias –y protagonizadas por qué sectores– enfrentan este modelo?
-En la década de los '90, hubo voces disidentes –pero de baja audibilidad– en primera instancia entre aquellos a quienes el modelo perjudicaba más directamente: los productores. Eso dio lugar al surgimiento de la corriente interna de Federación Agraria (Chacareros Federados), y también a expresiones novedosas como el Movimiento de Mujeres Agropecuarias en Lucha. En esas formas de resistencia, fue central la capacidad de "desmarcarse" del discurso hegemónico e inscribirlo en un registro diferente. Pero en última instancia, estas demandas tenían que ver con la cuestión de qué lugar les cabía a ellos en este modelo, no con el modelo en sí mismo. Ya en la postconvertibilidad, comenzaron a tener mayor visibilidad distintas expresiones de resistencia social, planteando la cuestión en términos más integrales: no sólo los efectos económicos, sino también los sociales y los ambientales; y la discusión del proyecto societal inherente a cierto tipo de desarrollo. La cuestión en este caso son las limitaciones en un doble sentido: por un lado, para articular entre diferentes agentes y contextos de resistencia; y la segunda, vinculada a la anterior, de hacer visible el planteo, y de instalarlo en la agenda pública.

-¿Puede hablarse del modelo de agronegocios como un “modelo de desarrollo”?
-Lo es pero es importante tener en cuenta que esto no necesariamente reviste un efecto "positivo" sobre el conjunto de la sociedad. Efectivamente, un modelo de desarrollo expresa una cierta articulación entre relaciones productivas, de poder y sociales, que se expresan en un proyecto con capacidad hegemónica en un momento determinado del tiempo. En este sentido, el modelo neoliberal también lo es.

CONTRASTES
“La bonanza sojera coexiste con procesos de empobrecimiento y exclusión social”. Manildo desarma la imagen compacta que los relatos hegemónicos construyeron en torno al “campo”. “Efectivamente la incorporación del paquete biotecnológico mejoró la productividad de una zona que de por sí es espectacular en su rendimiento, pero esto se ve acompañado de procesos que no son de mejorías en las condiciones de existencias de los hogares: en los tres pueblos que trabajamos, sobre todo en Maciel, los niveles de pobreza son cercanos a los del Gran Rosario, que son altos como los del conurbano. La zona sigue siendo rica pero eso no significa un mejoramiento en las condiciones de existencia de la población y lo ves en términos de análisis de ingreso, de las condiciones de vida pero también en las subjetividades”, sostiene.
Luego, afina la puntería:Si uno mira sólo la soja se pierde de vista algo que es elemental: la retirada del Estado como organizador. ¿Por qué puede avanzar el modelo sojero sin restricciones? Básicamente porque hay un Estado que desregula. Uno no podría pensar la aceptación, al menos en término genéricos, de la expansión sojera, si no estuviera recuperando esa imagen de la ‘Argentina granero del mundo’ asociado a la edad de oro, en función de cómo ha sido construido ese relato”.

EL MODELO DE LA UNIVERSIDAD
“Dentro del propio campo académico la discusión del modelo sojero está instaladísima. Están quienes lo legitiman desde el discurso científico. El modelo sojero tiene sus intelectuales orgánicos dentro del modelo de la universidad y también coexisten los detractores”.
Luciana agrega: “En este sentido, y siendo bastante optimista, la universidad tiene (o podría tener) capacidad de contribuir a generar espacios de articulación de discursos de resistencia dispersos. Algunos grupos dentro del campo académico denunciaron tempranamente el impacto del modelo, y en los últimos años se han expandido los equipos que intentan visibilizar el modelo de agronegocios como un campo problemático y en disputa. Esto no sólo en la Argentina sino en toda América Latina. Aun así, siguen siendo mucho más fácilmente identificables los agentes promotores (no solo dentro del campo académico, sino muy especialmente fuera pero estrechamente vinculado con éste como ámbito de legitimación) que aquellos que lo ponen en cuestión. Y eso da cuenta de los diferenciales de poder entre unos y otros, de la capacidad de movilización de recursos, de visibilización, de recuperación de elementos culturales y simbólicos puestos al servicio de la legitimación del modelo.
Es allí donde aprecio otro campo de batalla fértil y donde las canoas se vuelven faros para fortalecer el debate.

(Publicada en la revista MU, junio de 2011)

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