EL
MODELO SOJERO Y SUS CONSECUENCIAS
La socióloga Luciana Manildo analiza las consecuencias que tiene el monocultivo en el campo social y que produjo la extinción del chacarero. La paradja: del antiguo arrendatario que no podía acceder a la tierra al propietario que no puede producir.
Cuando esta nota era un poroto, escuché la frase que la hizo germinar: “Para mí es fundamental devolver de algún modo a la sociedad la guita pública invertida en nuestra investigación, y el único medio posible es aportando algo a la agenda social”.
Cuando esta nota era un poroto, escuché la frase que la hizo germinar: “Para mí es fundamental devolver de algún modo a la sociedad la guita pública invertida en nuestra investigación, y el único medio posible es aportando algo a la agenda social”.
Su autora fue Luciana Manildo, socióloga, magister
y doctoranda en Ciencias Sociales de la UBA, docente de la Universidad General Sarmiento
y becaria del Conicet.
Con esas palabras, que sentí como una canoa
en contra de la corriente académica que navega en barcos de ombligos propios y términos
que requieren subtitulado, Luciana me empapó los prejuicios y me rescató del
naufragio en el que casi me ahogan los crípticos y sordos trabajos académicos.
Con la humedad aún a cuestas comencé a
escucharla. Y, con las conversaciones que siguieron, esta socióloga se
convirtió en una profesora particular, como esas a las que acudimos cuando una
materia del secundario se ponía jodida, que me explicó en castellano las transformaciones
que produjo el modelo de agronegocios en la pampa húmeda.
CAMPO
MINADO
“La soja no es el asunto sino el modo de
producción, las transformaciones, las relaciones de producción”, me dice para que
mis sentidos esquiven el árbol que nos tapa el bosque.
Desde hace años, Manildo viene investigando
las transformaciones en la agricultura familiar pampeana junto a otras canoas
que también reman, río arriba, en el torrentoso cauce académico. Con el timonel
de Carla Grass y Karina Bidaseca, publicaron una obra colectiva: “El mundo
chacarero en tiempos de cambio. Herencia, territorio e identidad en los pueblos
sojeros” (Edicione Ciccus).
En ese libro no sólo analizan las intensas mutaciones
del agro en los últimos años sino que pusieron los pies en tres pueblos del sur
santafecino -Alcorta, Bigand y Maciel- para abordar la relación entre las
dinámicas sociales y productivas, referidas a la estructura social agraria, y
las ruralidades.
Allí, entonces, conceptualizan lo que
apreciaron en el trabajo de campo: la extinción del sujeto social chacarero en los cánones en los que fue
parido y consolidado. Y una serie de transformaciones, luchas y resistencias condensadas
en pleno corazón de la producción sojera.
Luciana argumenta: “La figura del chacarero
remite a un sujeto históricamente relevante en la estructura social agraria: el
productor familiar capitalizado, cuya presencia caracterizó históricamente los
procesos de desarrollo agrario en el país. En la región pampeana, este sujeto
tuvo como rasgos principales el trabajo familiar, el acceso a la propiedad de
la tierra y la dinámica conexión con los mercados (de productos, insumos y
crédito). Sin embargo, referir al chacarero no solo hace referencia a ciertos
rasgos y relaciones de producción sino también al proceso histórico que los
constituyó, en el que se despliegan trayectorias inmigratorias, luchas sociales
y participación política”.
A partir de allí señala a la década del 90
como el momento bisagra donde se cristalizó el nuevo modelo socioproductivo
agrario (caracterizado por una intensa innovación tecnológica, separación de la
propiedad de la tierra de la gestión y conducción del proceso productivo: el
agronegocio del cual la “sojización” es apenas su emergente) que afectó a las explotaciones
de tipo familiar, transfiriendo a la fracción de los pequeños productores
familiares los efectos sociales del modelo.
Estas transformaciones estructurales
implicaron múltiples cambios pero también ganadores y perdedores. “Para decirlo
de un modo que resulte gráfico: en el período 1988-2002 el número total de
explotaciones agropecuarias en el país disminuyó cerca de un 21%. En la región
pampeana, la pérdida de unidades productivas alcanzó niveles todavía más altos: 25.6%. Si se consideran los distintos tamaños de explotaciones, se observa
que la disminución adquiere su mayor
expresión entre las unidades de hasta 200 hectáreas (26%)”, señala Manildo,
mientras se enfría el café con leche, que toma amargo.
Luego, agrega: “La desarticulación de la
agricultura familiar implica asumir pautas organizativas de mayor flexibilidad
y riesgo para mantenerse en producción”. Uno de los resultados: la caída de la
preponderancia del sector agropecuario como actividad económica en el interior.
“La producción agropecuaria como eje ordenador de la vida social del pueblo no
existe más. ¿Por qué? Porque un esquema basado en muchas explotaciones pequeñas
o medianas en la que trabaja la familia pero también contrata parcialmente mano
de obra asalariada significa que hay gente laburando que luego consume en el
mismo lugar en que reside. Esto no está más. Esta idea de que ‘los pueblos del
interior viven del campo’ no existe porque cambiaron las dinámicas locales en términos
de generación de empleo y peso en la dinámicas sociales”.
Conclusión: “Esto repercute sobre el conjunto
de la economía de los pueblos, sobre los niveles de bienestar de los hogares,
sobre los mecanismos de integración social y sobre los entramados sociales”. La pregunta es ¿de qué forma? Ésa es una de
las respuestas que el libro se responde atendiendo a la multiplicidad de
factores que condicionan la respuesta.
Quien los contempla con precisión es Carla
Grass, una de las directoras de la investigación. Socióloga, doctora en
Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y docente de la
Universidad Nacional de General Sarmiento, donde además se desempeña como Investigadora
Independiente del Conicet, ha trabajado sobre expansión agroindustrial,
estructura agraria, campesinado, agricultura familiar y actualmente sobre las
formas de representación social y política en la nueva ruralidad argentina.
Ella es el mascarón de proa de las canoas: “Las
nueva coordenadas productivas e institucionales llevaron al desplazamiento de
un número significativo de chacareros, muchos de los cuales conservaron la
propiedad de la tierra –cuando éstas no fueron rematadas o vendidas en los
casos en que estaban endeudados, situación bastante extendida en los años
noventa– y comienzan a arrendarla, lo que puede verse, como ha señalado Silvia
Cloquell, como un pasaje paradójico del antiguo arrendatario que no podía
acceder a la propiedad de sus tierras, al propietario que no puede seguir
produciendo, a estos ‘mini rentistas’ del comienzo del nuevo siglo. Es decir,
cómo la expansión del nuevo modelo genera nuevas figuras y posiciones sociales”.
Más pistas: “Al mismo tiempo, entre los que
siguen en actividad podemos observar una suerte de lógica de “ganadores y
perdedores”, y una fuerte recomposición de perfiles socioproductivos, que hace
que la referencia a un sujeto chacarero pierda la relativa consistencia que
pudo tener en otros momentos y contextos históricos. Estas situaciones
contrastantes en más de un sentido permiten conocer trazos centrales de los
procesos de descomposición y recomposición de la producción familiar
capitalizada en el agro pampeana. Y a la vez, como nos planteamos hacer en
nuestro trabajo para comprender esas transformaciones en toda su complejidad,
mirar el proceso desde este actor permite restituir sus lógicas de acción en el
nuevo escenario y cómo ellas nos hablan de los modos subjetivos de significar
los cambios, los que son indicativos del proceso de reconfiguración material y
simbólico que han atravesado, con consecuencias en la producción de identidades”.
VENCEDORES
VENCIDOS
Carla se asienta sobre los sujetos en los que
se materializan esas identidades: “Nos
ha interesado comprender los modos en que los actores significan sus prácticas,
lo que nos permite acercarnos a los contenidos económicos, ideológicos y
políticos que en ese proceso los propios actores dan al modelo, atendiendo
tanto a las formas en que se construyen las legitimidades de las posiciones de
los ‘ganadores’ como a las formas en que esas legitimidades buscan ser
impugnadas por otros”.
-Luciana,
¿Qué resistencias –y protagonizadas por qué sectores– enfrentan este modelo?
-En la década de los '90, hubo voces
disidentes –pero de baja audibilidad– en primera instancia entre aquellos a
quienes el modelo perjudicaba más directamente: los productores. Eso dio lugar
al surgimiento de la corriente interna de Federación Agraria (Chacareros Federados),
y también a expresiones novedosas como el Movimiento de Mujeres Agropecuarias
en Lucha. En esas formas de resistencia, fue central la capacidad de
"desmarcarse" del discurso hegemónico e inscribirlo en un registro
diferente. Pero en última instancia, estas demandas tenían que ver con la
cuestión de qué lugar les cabía a ellos en este modelo, no con el modelo en sí
mismo. Ya en la postconvertibilidad, comenzaron a tener mayor visibilidad
distintas expresiones de resistencia social, planteando la cuestión en términos
más integrales: no sólo los efectos económicos, sino también los sociales y los
ambientales; y la discusión del proyecto societal inherente a cierto tipo de desarrollo.
La cuestión en este caso son las limitaciones en un doble sentido: por un lado,
para articular entre diferentes agentes y contextos de resistencia; y la
segunda, vinculada a la anterior, de hacer visible el planteo, y de instalarlo
en la agenda pública.
-¿Puede
hablarse del modelo de agronegocios como un “modelo de desarrollo”?
-Lo es pero es importante tener en cuenta que
esto no necesariamente reviste un efecto "positivo" sobre el conjunto
de la sociedad. Efectivamente, un modelo de desarrollo expresa una cierta
articulación entre relaciones productivas, de poder y sociales, que se expresan
en un proyecto con capacidad hegemónica en un momento determinado del tiempo.
En este sentido, el modelo neoliberal también lo es.
CONTRASTES
“La bonanza sojera coexiste con procesos de
empobrecimiento y exclusión social”. Manildo desarma la imagen compacta que los
relatos hegemónicos construyeron en torno al “campo”. “Efectivamente la incorporación del paquete biotecnológico
mejoró la productividad de una zona que de por sí es espectacular en su
rendimiento, pero esto se ve acompañado de procesos que no son de mejorías en
las condiciones de existencias de los hogares: en los tres pueblos que trabajamos,
sobre todo en Maciel, los niveles de pobreza son cercanos a los del Gran Rosario,
que son altos como los del conurbano. La zona sigue siendo rica pero eso no
significa un mejoramiento en las condiciones de existencia de la población y lo
ves en términos de análisis de ingreso, de las condiciones de vida pero también
en las subjetividades”, sostiene.
Luego, afina la puntería: “Si uno mira sólo la soja se pierde de vista algo que es
elemental: la retirada del Estado como organizador. ¿Por qué puede avanzar el
modelo sojero sin restricciones? Básicamente porque hay un Estado que
desregula. Uno no podría pensar la aceptación, al menos en término genéricos,
de la expansión sojera, si no estuviera recuperando esa imagen de la ‘Argentina
granero del mundo’ asociado a la edad de oro, en función de cómo ha sido
construido ese relato”.
EL
MODELO DE LA UNIVERSIDAD
“Dentro del propio campo académico la
discusión del modelo sojero está instaladísima. Están quienes lo legitiman
desde el discurso científico. El modelo sojero tiene sus intelectuales
orgánicos dentro del modelo de la universidad y también coexisten los
detractores”.
Luciana agrega: “En este sentido, y siendo
bastante optimista, la universidad tiene (o podría tener) capacidad de
contribuir a generar espacios de articulación de discursos de resistencia
dispersos. Algunos grupos dentro del campo académico denunciaron tempranamente
el impacto del modelo, y en los últimos años se han expandido los equipos que
intentan visibilizar el modelo de agronegocios como un campo problemático y en
disputa. Esto no sólo en la Argentina sino en toda América Latina. Aun así,
siguen siendo mucho más fácilmente identificables los agentes promotores (no
solo dentro del campo académico, sino muy especialmente fuera pero
estrechamente vinculado con éste como ámbito de legitimación) que aquellos que
lo ponen en cuestión. Y eso da cuenta de los diferenciales de poder entre unos
y otros, de la capacidad de movilización de recursos, de visibilización, de
recuperación de elementos culturales y simbólicos puestos al servicio de la
legitimación del modelo.
Es allí donde aprecio otro campo de batalla fértil y donde las canoas se
vuelven faros para fortalecer el debate.
(Publicada en la revista MU, junio de 2011)
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