La condición
para leer esta nota es sacudirte los prejuicios que señalan al tango en color
sepia, como propiedad exclusiva de la gente mayor. La Orquesta Típica Fernández
Fierro lo único que tiene de típico es la formación tradicional.
Por Luis
Zarranz
Cuando el bandoneón se desperezó por primera vez, ancho y
torrente como un tren desbocado, quise volver a lo que minutos antes uno de sus
instrumentistas me había dicho sobre porqué ver, en vivo, a la Orquesta Típica
Fernández Fierro: “Quizá esté bueno ver a esos dementes en su forma de expresar
la música”.
Uno de ellos se llama Flavio Reggiani, aunque se hace
llamar “El Ministro”, cosa que me suena demasiado institucional para un joven
con dreadlocks y borcegos. Me lo presentan como “la pata política de la
orquesta”, cuestión que justifica el apodo. A él corresponden los derechos de la frase sobre los dementes, tanto como la responsabilidad de que el bandoneón se
estire como una oruga en celo que pretende llamar la atención.
La Fierro, como la llaman sus fans, es una orquesta típica de tango –cuatro bandoneones, tres
violines, viola, violonchelo, contrabajo, piano y un cantor– integrada por
jóvenes que le proporcionan una estética alejada del lugar común de la
escena 2x4 tradicional: no se visten con uniformes ni trajes clásicos sino con
jeans y remeras, arriba del escenario son histriónicos, (a veces, abajo
también), no pretenden explotar el circuito for
export sino que formaron uno alternativo con la creación del Club Atlético
Fernández Fierro (CAFF). El condimento que potencia estas cualidades no es
menor: funcionan de manera autogestionada, a través de una cooperativa.
Con estos ingredientes renovaron la propuesta musical de
la Ciudad de Buenos Aires, generaron un público fiel –jóvenes en su inmensa
mayoría– que los siguen como si fueran una banda de rock (acaso lo sean, aunque
hagan tango) y realizaron numerosas giras (la última, unas semanas atrás, en Brasil ). Son doce sobre el escenario pero quince personas,
en total, integran la cooperativa.
Uno de ellos, el primer bandoneonísta, está sentado, en el
CAFF, en una especie de altillo donde la orquesta se reúne antes del show. Es
miércoles. Es día de presentación. Hay una luz tenue que cae sobre su cabellera.
Y hay unas palabras que salen prontas de su boca: “Ahora, quizá, una forma de
rebelarse contra el rock es hacer tango. Hablo de la rebeldía como una actitud
creativa, no de romper cosas. Vos estás haciendo un arte para decir algo, puede
ser desde la satisfacción, desde un montón de lugares y la rebeldía es una, el
rock empezó ahí y comenzó a alejarse y se hizo muy comercial. Y nosotros, tal
vez por estar afuera de eso, retomamos una cuestión de la idea básica del rock:
hacer desde la disconformidad, desde la rebeldía. Quizá por eso, nos dicen ‘la
orquesta más rockera’”.
La frase se deshace hasta fundirse con el claro que
refleja la luz amarilla que pende, amenazantemente, sobre su cabeza. Y vuelve a
aparecerse ahora que la orquesta arranca los primeros aplausos de un antiguo taller
mecánico que esta banda transformó en un club apto tanto para sus
presentaciones como para la de otros artistas (Palo Pandolfo y Yusa, por sólo
nombrar a dos que han sido parte de las páginas de Sueños Compartidos ).
En ese aspecto, el CAFF es también una fábrica recuperada y aquí eso es,
literalmente, buena música para los oídos.
Hay juego de luces y muchas sombras. Hay cuatro
bandoneones que escupen ritmo, tres violines que arrojan nostalgia. Y hay un
sonido orquestal que te obliga a mover los pies contra la silla, dando pequeños
golpecitos para intentar seguir una cadencia desordenadamente ordenada. ¿Seguís
el ritmo? Miro la escena con ojos de cóndor y veo: parejas que se funden uno
sobre el otro, bandas de amigos que intentan acortar la semana, turistas
europeos marca hostel, curiosos con ojos de primera vez y un par de fanáticos
de asistencia perfecta. Y veo algo que no siempre aprecio en otros shows: un
clima, un algo compartido, y que para mi birome que toma nota es más estrecho
en los temas instrumentales y más distante en aquellos momentos en que el
cantor se planta en el escenario.
LA PUERTA DE
ENTRADA
El Ministro me relata la frase que alguna vez le dijo
Rodolfo Mederos, su maestro desde el instante en que llegó de la Patagonia: “El
bandoneón es tu pasaporte”. Por dos segundos se queda en silencio, quieto y con
las palmas extendidas, hasta que vuelve a su pose natural, en la que su cuerpo
parece un péndulo oscilante que expresa el retraimiento de sus palabras. Dice: “Me
pegó la frase porque, pendejo y todo, aprendí a tocar un poco y empecé con la
orquesta”.
Luego me ofrece una definición interesante para pensar la
autogestión: “Es una frontera desde donde pararse”. Más pistas para comprender:
“Tenemos una actitud política que nos hace funcionar como grupo y que funcione
este lugar”
-¿Cómo se
organizan?
-El ejemplo es haber hecho este club. Tocamos cuatro años
en la calle, en San Telmo, vendimos discos, y la decisión política fue: en vez
de repartirlo para cada uno y que cada uno se compre un sillón, no lo
repartimos: así pudimos garpar este lugar.
-¿Qué les
permitió ser autogestivos?
-Primero, haber conseguido el CAFF, poder tocar para
entre 700 y 1000 personas por mes, durante más de cuatro años. Nos permitió no
ceder en muchas cosas. Pudimos evitar tocar en lugares a los que nosotros no
iríamos a vernos. No nos agarra indefensos como cuando estábamos literalmente
en la calle y venía un policía y nos sacaba. La autogestión te da libertad, o
independencia.
LA PUERTA DE
SALIDA
La Orquesta prepara la retirada mientras acepta unos
bises (la presentación no dura más de una hora). Por suerte, la industria for export no coloca las presentaciones
de la Fierro en su agenda de eventos ni en sus mapas de all inclusive. Nadie lo lamenta: lo que queda, entonces, es un show
que no apela estrictamente a la lógica comercial globalizada. Lo que hay es
barrio y esquina. ¿Y qué otra cosa es el tango?
(Publicada en la revista "Sueños Compartidos", enero 2011)
Andá a cantarle a
Gardel
Una frase sola basta para
reflejar la mirada del jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, sobre la
música ciudadana: “El tango es la soja de Buenos Aires”,
Ésa fue la expresión con la
que pretendió resaltar estrictamente su función mercantil de lo que su gobierno
denomina “la marca tango” y que orquestas como la Fierro repudian.
Para Macri, el valor del tango
es la cantidad de divisas que genera, acorde con el tipo de pensamiento que
representa que sólo se interesa por la cultura cuando ésta es redituable.
Si el tango que Macri resalta
es como la soja, la Fernández Fierro es como el amaranto, la planta que resiste
los plaguicidas y la soja transgénica, y de la que poco se sabe.
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