Con el reestreno de “Calunga Andumba. Obra afroargentina
para re-conocernos”, pone sobre el escenario el legado afro, con el propósito
de barrer el racismo. Y deja una inquietud: qué somos capaces de mirar, y qué
no.
Por
Luis Zarranz
La puerta se abre
rápido como una ráfaga. Alejandra Egido, actriz y directora teatral, cruza con
ímpetu la frontera que separa la calle de este bar melancólico. Es puntual. Es
cubana, es habanera y es afrodescendiente. Es cálida, potente y dulce. Es suave
como la caricia. Ésas son las cartografías con la que la describen mis ojos y
mi espíritu ni bien se acomoda en la silla.
Además, es la
responsable del reestreno de Calunga Andumba, una obra escrita en los setenta por
las hermanas Platero, que aborda el legado de la esclavitud y el racismo en la
memoria de los argentinos. Fue estrenada en 1976 pero el genocidio interrumpió
su realización. Calunga pretendía mostrar y romper la histórica indiferencia y
el olvido de los descendientes de esclavos.
34 años después, el
grupo TES (Teatro En Sepia), que dirige Egido, reestrenó la obra, en la que un
grupo de jóvenes afrodescendientes buscan la historia de sus ancestros y le
piden al Fuego que se las cuente. A través de la narración de éste los
descendientes se ponen en la piel de los esclavos a la Argentina y representan
sus vidas.
Frente al éxito que obtuvo en cartelera,
volvió a reponerse durante los sábados de agosto y septiembre de este año con
una concepción estética abierta, que le permite al público analizar el brutal
comercio que supuso la trata de esclavizados africanos y establecer relaciones
con un presente en el que la discriminación racial continúa. Por ello la obra
transita dos tiempos teatrales.
Cuando Alejandra arribó
a la Argentina, después de vivir algunos años en España, le dijeron que en el
país “no había negros”, lo que le resultó un tanto extraño. Preguntó cómo era
posible, si es que aquí hubo esclavos. La respuesta fue absoluta: “Todos
murieron en la Guerra del Paraguay o con la fiebre amarilla”. Pensó: “Qué bien
lo resolvió el poder, no dejó ni a uno”.
Nada de esa
historia era cierta y lo comprobó cuando la invitaron a un encuentro en
Cancillería, donde todo el mundo era
afro; muchos, afroargentinos. Allí dijo que era actriz y podía ayudar a
visibilizar esa cultura desde el arte.
Un año después sonó
su teléfono. Del otro lado, el INADI (Instituto Nacional contra la
Discriminación, la Xenofobia y el Racismo) le ofrecía dirigir Calunga y conocer
a la autora.
Surgieron algunos
retrasos pero Alejandra empuja las puertas como el viento, así que ya no podían
detenerla: logró que la obra fuera declarada de “interés cultural” por la
Secretaría de Cultura. Y parió el estreno.
-¿Cómo trabajaste la adaptación?
-La obra está hecha
por estampas y un trabajo dramatúrgico que no está hilado te permite entrar y
salir en los tiempos, te da cierta licencia poética que fue de la que me
aguanté. ¿Por qué razón? Estamos en el siglo XXI y entonces tenía que acercar
la obra al público. No hay vestuario. La gente está con su ropa, los actores
salen del público, de manera que podría ser cualquiera que está allí y quiera
conocer su historia. La obra dura una hora y en una hora: todos juntos
buscándonos,encontrándonos, reconociéndonos.
-¿Qué significó reestrenar la obra treinta y cuatro años
después?
- Tiene otro
sentido pero es el mismo viaje de búsqueda, encuentro y reconocimiento
-Como directora, ¿Qué es lo que más te interesa trabajar
con los actores?
-Hay varias cuestiones estéticas que a mí me chiflan. Una es que ni remotamente todos los que actúan son afro, lo cual me encanta porque yo en definitiva, como cualquier actriz, sé perfectamente que el teatro es una convención. Si ahora mismo decidiéramos hacer Romeo y Julieta no hay porqué nacer en Verona.
-Hay varias cuestiones estéticas que a mí me chiflan. Una es que ni remotamente todos los que actúan son afro, lo cual me encanta porque yo en definitiva, como cualquier actriz, sé perfectamente que el teatro es una convención. Si ahora mismo decidiéramos hacer Romeo y Julieta no hay porqué nacer en Verona.
-¿Qué esperabas del espectador?
-El teatro es muy
poderoso, lo que más soy es teatrista. El teatro es muy movilizador, entonces
eso a mí me da mucho gusto porque esclarecer y transitar una historia puede
darse por muchos caminos. Esperaba que sirviera para que seamos más los que
buscamos, teniendo en cuenta todo lo que habla la obra
-¿Hay desconocimiento de la cultura afro?
-Creo que hay mucho
que averiguar todavía. A mí sorprende que haya tan poco de la religión afro.
Es interesante ver cómo acá los afrodescendientes argentinos responden a santos
católicos. Es otro mundo pero yo creo que llegó el momento de ir buscando por
muchos caminos diversas cosas. Dentro de algunos años sabremos muchísimo más.
-¿Qué pasó en el medio, desde aquella vez que te dijeron
que “no había negros”, a comprobar que sí los había?
-Lo primero que me
hizo fue correr a la Biblioteca Nacional, al Museo de Etnología, no sé ni
cuántos libros me leí. No paraba. No paraba. Todo el 2009 me lo pasé estudiando.
Fue increíble: salía de un libro y entraba en otro. Me
decía "adónde me va a llevar". Esto es una locura mía, la pasión del creador es
muy fuerte, por lo menos la mía. La pasión, la pasión, la pasión. Es
un elemento a tener en cuenta
-¿Y qué es para vos?
-Salir de tu casa y
sentarte a leer en el tiempo antes de ir a trabajar. Como decir “se puede, se
puede, se puede”. Creo que si uno no está muy apasionado por algo que hace en
el teatro, es mejor que no lo haga. Es en general, pero en el teatro, sin
pasión, cuesta.
Percibo con qué
énfasis pronuncia cada palabra y descubro, en cada milímetro de su cuerpo, eso
mismo que me está queriendo decir con palabras y gestos. Por último, sostiene
una frase que siempre dice su mamá: “Uno siempre se acerca a lo que quiere”. En
ella creo entender muchas cosas, pero sobre todo porqué arribé al mundo que me
acaba de señalar.
(Publicada en la revista ¡Ni un paso atrás!, octubre 2011)
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