“Palo” Pandolfo
es un artista de largo recorrido, creador de míticas bandas de rock nacional y,
actualmente, venerado como músico “de culto”. Arriba del escenario es
arrollador y potente, sencillo e intenso. Difícil de encasillar, se desprende
de las etiquetas recorriendo diferentes estaciones con el tren de su música.
Por Luis Zarranz
Fui un jueves al ciclo de shows que durante septiembre
ofreció en el Club Artístico Fernández Fierro (Almagro, Ciudad Autónoma de Buenos Aires).
El resultado fue antiperiodístico: me dejó sin palabras.
Esta nota es, precisamente, un intento para romper el conjuro.
“Palo” no solo te quita el gris de la cotidianeidad sino
que te contagia de una energía abrumadora que penetra por los poros, cual viento
fresco en la cara. Fijate, ¿lo sentís?
El tipo parece un antiburócrata del rock, un sopapo a los
rockstars que tocan a reglamento y no se corren ni una coma del libreto que les
pautan las discográficas.
Antes que el show comience, arranca otro show: el del hombre con que, por suerte o desgracia,
compartimos mesa y que hará meritos suficiente como para ser incluido en esta
crónica.
Se sienta, pide dos vasos de gin que toma, como quien
encuentra un oasis en medio del desierto, hasta la última gota. Sin dejar que
el tiempo se le escurra entre los dedos convoca nuevamente a la camarera para
repetir el rito: los cuatro vasos yacen sobre la mesa como huellas irrefutables
de una borrachera que parece imposible disimular.
No saciado, se levanta con la firmeza de un potrillo y,
en la barra, pide otros dos vasos de gin que bebe con idéntica ansiedad. La
compostura queda en el pasado. El presente es todo showman.
Mientras “Palo” sale a escena, el hombre del gin se convierte en
coprotagonista: “Palooooo”, grita repetidamente, primero entre canción y
canción y luego en el medio de éstas; toca, poseídamente, una guitarra
imaginaria; eleva la voz y escupe palabras (con gesto y todo) como “fuck you”;
y baila con más gracia que ritmo.
Tre-men-do.
Capusotto diría: “Esto es rock”.
Gambeteando el
empedrado
“Palo” se planta sobre el escenario con tal naturalidad
que pareciera que estuviera tocando en el living de su casa. Desde mi mesa es
una mezcla de Mike Amigorena y Flavio Posca. Los rulos le tapan la cara pero no
impiden que arrolle con una magnética actitud escénica.
Se mueve con la misma habilidad con que supo quitarse
todas las cintas adhesivas con que pretendieron etiquetarlo: en sus casi 30
años de trayectoria dijeron que era pop, rocker, punk, dark, tanguero y
folclórico. Quizá un poco de cada cosa, es más bien un vagabundo de estilos
pero un músico talentoso que despliega una postura poética, estética y
política.
De tanto desmarcarse, gambeteó la masividad, (¿o la
masividad lo gambeteó a él?), pero la tribuna lo eligió como un artista “de
culto”. De todas formas, poco parecen importante estos adjetivos ahora que la
mano zapea frenéticamente la guitarra y su voz sube, baja y se quiebra para
componer temas propios y ajenos; de su actual etapa solista o de las bandas que
supo crear y desintegrar: Don Cornelio, la Zona y los Visitantes.
La música suena en una trenza de estilos que van del
tango a la cumbia. El fondo del Club Artístico Fernández Fierro se convierte en
una improvisada pista de baile donde el ritmo adquiere una forma concreta. La
premisa es divertirse.
Qué importa que no te sepas la letra ni “cómo” se baila.
Te sugiero que te agarres fuerte porque este trencito en cualquier momento
descarrila. Ahora correte porque aquel grandote se te viene encima. ¡Daleee! Después
no digas que no se te avisó.
Un culto laico
Dentro del público ganan por goleada los sub 30. Ellas y
ellos dialogan con “Palo” para sugerirle temas o celebrar alguna que otra
intervención. A esta altura, el show ya tiene impreso el tamiz de la
versatilidad del músico y su banda. Sencillo y pasional. Potente. La sensación
que deja es que no se guarda nada, lo cual -sin considerar su talento y
carisma- ya sería mucho para alguien de su recorrido.
Un artista de culto frente a un público laico.
Llegan los bises (“Ella vendrá”, “Estaré”, entre otros) y
las mesas quedan desiertas. ¿Qué, te pensabas quedar sentada?
La montaña rusa Pandolfo alcanza su pico más alto. Desde
mi lugar registro cómo los músicos también disfrutan el espectáculo, guiados
por el comandante “Palo” y su carácter interpretativo único, indócil, rebelde.
Es rock de arrabal, una mezcla entre lo clásico y lo moderno.
Suenan los últimos acordes y me detengo, por un instante,
en los rostros de los que me rodean para percibir, en ellos también, mi propia
búsqueda de dos horas atrás, la huida cobarde donde escapar de la rutina.
Por fin encuentro la pócima: “Palo” Pandolfo es un buen
refugio.
+Info
(Publicada en la revista "Sueños Compartidos", octubre 2010)
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