jueves, 5 de noviembre de 2009

"Mi felicidad incluye que exista un mundo mejor"


Lohana Berkins es la Coordinadora General de la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti Transexual (A.L.I.T.T) y una reconocida activista por los derechos de esta comunidad. Nadie mejor que ella para hablar de la identidad, de los cuerpos y de la sexualidad. Entre otras cosas, en esta conversación destruye la mítica dualidad hombre-mujer para hablar de otras construcciones posibles.

Por Luis Zarranz
La Real Academia Española dice que la identidad es el “conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad, que lo caracterizan frente a los demás”. La definición, quizá por su pretensión abarcadora, no expresa demasiado. Lohana Berkins, sólo en un rato, dice mucho más y no exclusivamente con palabras: ella misma, como activista travesti, es una contundente definición sobre la construcción de la identidad.
El grabador enciende la luz roja, pero es incapaz de registrar todo lo que ella expresa. Lohana no habla sólo con la boca: lo hace con los ojos, con las manos, con la coherencia, con el cuerpo. Todo su cuerpo es un discurso.
Sí.
Si algo habla, a veces con susurros y otras a grito pelado, es su cuerpo, alejado de todo estereotipo travesti. ¿Qué es lo que dice?
SOY LIBRE.
SOY YO.
Y te interpela: ¿Y VOS?
Por eso, las preguntas se apuran por salir.

¿De qué manera se puede salir de la esclavitud que muchas veces encierra al cuerpo de cada una y uno?
–Me parece que el sistema patriarcal, abonado por ideas religiosas, fundamentalistas, obturó en esta sociedad el debate sobre las sexualidades y las corporalidades. Éste sostiene binariamente que existen varones y mujeres, y que tienen características muy determinadas: se espera que el hombre sea macho, fuerte, dominador y que la mujer resulte dulce, pasiva, tranquila, contenedora. Si nacés con pene, automáticamente sos varón y hombre. Eso se llama una linealidad sexo-genérica. No es que nosotras estemos en contra de estas pautas, pero no queremos que se conviertan en normas.

¿Qué pasa cuando muchas personas empiezan a decir “yo no quiero construirme bajo estos parámetros”?
–Sobre todo cuando las mujeres empiezan a renegar de estos roles que históricamente les habían impuesto y dicen “no quiero lavar los platos”, “quiero profesionalizarme”, “quiero jugar a la pelota”: ahí se arma un escándalo. Son las feministas las que empiezan a cuestionar el biologicismo, a no aceptarlo como destino. Comienza a desplegarse un concepto bastante interesante: la construcción de las identidades en lo social, como construcciones sociales. Hay elementos culturales que nos construyen como personas, que nos dan la identidad, y no solamente el biologicismo. Como algunas culturas en las que está admitido que un varón pueda tener más de una mujer: se trata de una pauta cultural. El feminismo empieza a desnaturalizar, porque el problema aparece cuando una práctica se naturaliza y se acepta: “Que vaya a lavar los platos porque es mujer”, por ejemplo..

¿Cómo se entronca la sexualidad con esta noción de construcción de la identidad y los cuerpos?
–Es central. A nosotras, si una cosa nos han diezmado la Iglesia y las dictaduras, es la sexualidad: de eso no se habla. No te enseñan a reconocer tu cuerpo, a quererlo, a respetarlo, y te van quitando la sexualidad.

Es paradójico, porque desde los medios siempre se está haciendo eje en lo sexual, pero no con este sentido que señalás. Incluso la mujer se exhibe como un objeto.
–Exactamente. El mensaje es que lo único que tiene la mujer para mostrar es el cuerpo. Sucede también con las conductoras de los noticieros: la mayoría son como modelos, pero no pasa lo mismo con los conductores, que no responden a ese perfil de exigencia que sí está presente en la conductora mujer. Y allí se ve muy clara la diferenciación que se hace de ambos. Otra cuestión de los medios es exhibir las cosas de manera estereotipada; por ejemplo, si muestran a un gay, lo exponen como histérico, ridículo, un ser pintoresco; las travestis aparecen a través de las páginas policiales, la morbosidad. En realidad, no se quiere hablar del fondo, de la funcionalidad del cuerpo, los deseos y los placeres. Si a los medios les interesa tanto mostrar a travestis y gays, por qué no ponen una conductora travesti. No lo harán nunca, porque se les acabaría el negocio.

La propuesta de Lohana –por qué no– podría ser recogida por cualquiera de las organizaciones o universidades que, a partir de la sanción de la nueva ley de Servicios de Comunicación, están en condiciones de tener su propio medio.
Mientras esta idea queda en el candelero, ella avanza, como un tren de alta velocidad que te lleva de estación en estación. La que sigue, aborda la construcción de la identidad travesti.

¿Cómo se construye lo trans, teniendo en cuenta esta dualidad hombre/mujer?
–Imagináte cuando abiertamente aparecemos personas que desafiamos esa lógica binaria; cuando decimos “no quiero ser ni varón ni mujer” y empezamos a pensar en términos de apropiación y construcción de nuestro propio cuerpo: la sociedad reacciona de manera escandalosa. A diferencia de los gays y lesbianas, que pueden elegir cuándo decirlo, el travestismo es una cosa de la visibilidad, salimos así, como kamikazes palestinos: bumm, arriba, divinas: nos mostramos. Entonces la sociedad reacciona de manera violenta porque se le cae la ficción de esta dualidad hombre-mujer: nos tildan de enfermas, psicóticas, descontroladas. La violencia empieza a ser muy directa.

¿Y qué es ser travesti?
–Nosotras creemos que es una identidad que está en constante construcción, no hay una definición exacta. No es como decir “mesa”. Nosotras, en términos políticos y organizativos, hemos tomado la voz hace pocos años, cuando empezamos a pensarnos a nosotras mismas. El travestismo es una prueba viviente de que alguien que nace con una genitalidad puede construirse o autoconstruirse en otra identidad, contraria a su genitalidad. Para mí siempre fue una cuestión liberadora, nunca me produjo un conflicto. Yo amo ser travesti; si volviera a nacer elegiría ser lo mismo: cien kilos de pura alegría y potencia travesti.

Lohana se ríe a viva voz. Su risa tiene el mismo vigor que su palabra. Sigue: “Desde la Iglesia se sostiene que nuestras identidades son ‘cuestiones culturales’ y que ‘hay que esperar’. Qué hay que esperar, yo no quiero esperar nada; además, sería como aceptar que soy una construcción por fuera de la sociedad. Yo soy salteña y a mí las empanadas me gustan con papas, no concibo la empanada sin papa. Entonces, por qué tendría que aceptar esa condición de algo por fuera de esa cultura. Que esta sociedad se haga cargo de lo que produce; entonces no acepto eso de las ‘cuestiones culturales’”. “Además, yo no nací en Travestilandia: nací en Salta y soy parte de la idiosincrasia salteña; no voy a permitir que por algo cultural me dejen afuera”, manifiesta contundentemente.

Venimos hablando de cuerpos, identidades y sexualidad y, en general, las tres cuestiones se potencian en la juventud. Sin embargo, aún se sigue negando la posibilidad de una educación sexual libre...
–Hay que hablar de educación sexual pero no de manera punitiva: celebrar nuestro cuerpo, entenderlo, pelear por el derecho a decidir sobre él; no hay que aceptar esas cuestiones totalitarias y esclavistas: el cuerpo también produce placer. Es preciso decidir sobre él y quitarse esta cosa del ser y deber ser. Lo único que tenemos en este mundo es el cuerpo, hay que empezar a verlo de manera mucho más celebrable.
Debemos permitirnos explorar nuestra sexualidad: si soy gay, soy gay; no vivir pensando en el qué dirán, o dejar al margen de una amistad a alguien porque manifieste su sexualidad. Hay que construir y avanzar sobre esos prejuicios y mitos. La revolución tiene que ser en la casas, en las plazas y en la cama también. Si no, a veces creemos que es más importante discutir sobre la economía y la distribución de la riqueza. Esos son temas importantes, pero la sexualidad también lo es. Para mí, no debe ocupar un lugar relegado. No hay que dejarse presionar por los entornos, la decisión es de uno.

¿Y qué cosas seguís eligiendo?
–Intento ser feliz, y no lo digo como un acto egoísta porque mi felicidad incluye que exista un mundo mejor, que las compañeras puedan acceder a la educación, a la salud, al trabajo. Por eso hemos creado otro proyecto, la cooperativa Nadia Echazú (ver recuadro), que está amadrinado por las Madres, para rescatar a las compañeras de la prostitución y que puedan tener un trabajo digno. La felicidad me parece primordial, porque me da alegría para hacer las cosas.
Elijo seguir siendo travesti y luchar por ser dueña de mi propio cuerpo. De haber tenido cuando era niña la mentalidad que tengo ahora, no me hubiese sometido, por ejemplo, a la prostitución. No tengo una cuestión moral sobre eso, pero de haber podido elegir, no lo hubiese hecho.

¿Lohana, qué aprendiste en todos estos años?
–Entendí que las y los oprimidos somos muchísimos; yo había caído en una victimización y creía que era la que más sufría. Cuando empecé a ver que había otras realidades, cuando conocí a Hijos, a las Madres, a los movimientos de mujeres, dije “somos miles las que cuestionamos el sistema”. Entendí que estaba dentro de un sistema que me oprimía y eso ya fue liberador: comprender que en todos los espacios había miles de personas que cuestionábamos lo mismo, y que había que hacer un cambio.

La importancia de lo colectivo…
–Claro, eso me energizó. Nos sirvió para organizarnos, entender que no se puede salir sola, que hay que ser parte de una organización, porque si no son como cuestiones de uno solo: para cambiar el sistema hay que formar parte de un colectivo y entrás como en un engranaje de gente que está haciendo lo mismo. Entonces, eso me cambió totalmente la perspectiva, me puso en otro lugar y desde allí pude ayudar a las compañeras que hicieron también ese mismo proceso: como ir allanando camino. Es que a veces se trata de eso, de abrir espacios. Somos como la punta del iceberg, vamos abriendo espacios para que otras vengan y a otras chicas les parece natural.

Ya que hablamos de identidad, ¿quién es Lohana?
–Esto: una bellísima gordita, feliz, de origen boliviano, salteña, plena, una persona orgullosa de ser travesti, de ser feminista; alguien que pudo revertir su propia historia y que lucha para que otras compañeras puedan hacer lo mismo. Una persona bastante afectiva, lo que hasta a mí misma me sorprende; soy una tía que ama mucho a sus sobrinos; soy bastante leal; tengo un código inquebrantable de haber sido puta: cuando digo “estoy”, estoy, no me importa si estás en las buenas, en las malas, con errores o defectos. Intento ser coherente entre lo que digo públicamente y lo que hago en mi vida.
Llevo una vida como todo el mundo: tomo el colectivo, me gusta leer mucho, y volver a Salta es una de mis pasiones. Soy bien familiera y tengo buen sentido del humor: creo que eso es fundamental porque te quita esa cosa de dramatismo. Me río mucho de mí misma, también.

Lohana se calla pero sigue diciendo muchas cosas. El desafío es aprender a verlas y escucharlas.

(Publicada en la revista "Sueños Compartidos", noviembre de 2009)

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