En el viejo aeropuerto de Trelew ya no arriban
ni parten aviones pero sí aterriza la memoria. Allí tiene una parada inevitable,
obligatoria, ineludible.
1.
En ese lugar, 39 años atrás, fueron detenidos
19 presos políticos, fugados del penal de Rawson, que no alcanzaron el avión
capturado por los primeros seis en arribar allí, que lograron desviarlo al
Chile de Allende. Los 19 serían fusilados en la Base Almirante Zar (compartía
pista con el aeropuerto, de igual nombre), en lo que desde entonces se conoce
como “la Masacre de Trelew”. Sólo tres de ellos lograron sobrevivir al
fusilamiento. Y fueron las voces que contaron lo que los militares y los medios
callaban.
2.
Apenas unos meses
después, María Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar se
encontraron nuevamente en la condición de presos políticos, esta vez en la
cárcel de Devoto. Junto a ellos estaba, entre muchísimos otros privados de su
libertad, el poeta y periodista Francisco “Paco” Urondo.
La noche del 24 de mayo
de 1973, un día antes de que Héctor Cámpora asumiera la presidencia y ordenara
la amnistía que dejaría a todos los presos políticos en libertad, los cuatro se
encerraron en una celda, ajenos al clima de algarabía generalizada. Allí,
Urondo los entrevistó y grabó sus testimonios sobre la masacre y la
planificación de la fuga más espectacular de los movimientos políticos. Ese
material luego se convertiría en uno de los documentos centrales de la época: el
libro “La patria fusilada”.
La dictadura militar
de 1976 fue más cruenta, si vale la comparación, que su antecesora. Más
lapidaria. Los protagonistas del libro la padecieron en carne propia: los
cuatro fueron masacrados: Urondo y Camps, asesinados; Haidar y Berger, aún
continúan desaparecidos.
“La patria fusilada” refleja,
así, la matriz asesina de las dos últimas dictaduras que debió soportar nuestro
país.
4.
Las hojas del almanaque se caen raudamente.
Al ex aeropuerto de Trelew no arriban turistas sino interesados por la historia
que aún cuenta este lugar con los balazos incrustados en la pared y con las
pintadas como símbolo de la resistencia popular. Ahí ahora funciona el Centro Cultural
para la Memoria, un espacio que promueve el arte para ilustrar esta parábola:
la vida venciendo a la muerte.
La actividad del 24 de marzo pasado fue,
además de interesante, tremendamente simbólica. Hasta allí llegaron, Ángela
Urondo, una de las hijas de “Paco”; Raquel Camps, hija de Alberto Miguel;
Daniel Carreras, periodista de la ciudad y uno de los cronistas que cubrió la
conferencia de prensa que dieron los fugados en el aeropuerto, antes de que los
detuvieran y los llevasen a la base; y Daniel Riera, periodista, escritor y
editor de la reedición de “La Patria fusilada”, que acaba de lanzar la
editorial “Libros del Náufrago”.
Precisamente fueron para presentar el libro –cuya
imagen de tapa es autoría de Ángela, notable artista plástica– aunque su
presencia allí, y un 24 de marzo, excediera, en lo estrictamente formal pero
también en lo simbólico, la actividad en sí.
Más que una presentación fue un homenaje. Y
antes que eso, un capullo que se despereza, tierra fecunda en un lugar que supo
ser un pedregal. Como lo que vuelve a nacer, lo que siempre está naciendo, la
germinación de una memoria fértil que florece como síntesis perfecta de la
vida, de lo que nunca muere.
LA LUCHA QUE LAS PARIÓ
LA LUCHA QUE LAS PARIÓ
“Los hijos que no pudimos conocer a nuestros padres tuvimos que
hacerlo a través de otros y de otras cosas, y en este camino, la palabra, la
poesía, las fotos y los objetos forman parte de esa reconstrucción. ‘La
necesidad de la palabra’, decía ‘Paco’. Esas palabras que nunca nos dirán, pero
que están ahí inmortalizadas cuando minuciosamente uno busca algo para hacerlo
propio”, lanza Raquel en medio de la presentación.
Agrega: “Trelew me devolvió a mí esta historia fea pero necesaria de
saber, pero a su vez me dio a conocer una historia de amor que empezó a través
de un hueco en el techo del penal. Imagino a mis viejos tratando de verse por
ese huequito y no puedo dejar de sonreírme, me da mucha ternura. Creo que fue
el principio de algo hermoso que no pudo ser, pero por eso siempre trato de
resaltar que si bien Trelew es la ciudad de la masacre, para mí también es
reconstrucción, y abrazos, y vida. Sin ese hueco yo no estaría acá hoy”.
Ese hueco en el que nos mete Raquel es real pero, poéticamente, es el
agujero perfecto para conjurar la muerte de los fusilados.
Ángela Urondo visita Trelew por primera vez. Siendo una beba estuvo
presente en el momento en el que su padre y su madre (Alcira Cora Raboy,
desaparecida) fueron emboscados por los genocidas, en la provincia de Mendoza.
En el mismo hecho en que asesinan a “Paco” y secuestran a su madre, Ángela fue
desaparecida varias semanas. Después fue devuelta a su familia y, luego, dada
en adopción. Quienes la adoptaron jamás le contaron su historia, a pesar de que
la sabían. Recién a los veinte años supo la verdad y recuperó la identidad que
le habían negado.
“Me parece que es un libro muy duro de leer, pero muy necesario. Yo lo
leí cuando recién me enteraba de mi historia, y cuando me invitaron a hacer la
ilustración de la tapa fue un reto porque, en general, no acepto hacer cosas
vinculadas a mi padre por una cuestión de separar a esta persona que siento que
todavía estoy conociendo de quien soy yo; pero no sé, será la edad o qué, pero
hubo algo que me hizo aceptar esta responsabilidad, porque además la edición
original estaba maravillosamente ilustrada, así que era un reto poder
mantenerme a la altura de esa ilustración de tapa bellísima”, dice.
Ángela no sólo logra el desafío sino que le añade a la edición un
significado extra, que enlaza a padre e hija bajo el mismo material. No es el
único elemento que potencia la edición: además, incorpora información sobre la
causa judicial, que aún espera el inicio del juicio oral y público a los
fusiladores. Y aporta algunas notas al pie que permiten comprender aspectos
sobre el contexto político de la entrevista de Urondo a los tres sobrevivientes.
Mientras narra que a través de los libros pudo conocer a su papá sin
intermediarios, Ángela suelta, como al pasar, una frase que es toda una
declaración de principios. Dice: “Mantener viva la memoria presente de quienes
ya no están”.
En ese territorio planea y aterriza “La patria fusilada”. Y ese aspecto
es el que este viejo aeropuerto de Trelew invita a sobrevolar.
(Publicada en la revista MU, abril de 2011)
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