Entrevista a Pedro Saborido
Junto a Diego Capusotto componen el dúo más gracioso y
más sagaz del humor argentino. Él es quien escribe los guiones que, luego, el actor
y humorista da vida delante de la cámara. Con esta fórmula, ambos crearon diversos
personajes que ya son mitos, por sus chistes pero sobre todo por su lucidez.
Aquí cuenta por qué y cómo surgen.
Por Luis Zarranz
Entrevista: L.Z y Martín Bielski
Fotos: Sebastián Romero
A la sombra, la
mañana es mucho más fría de lo que anuncia el Servicio Meteorológico Nacional.
El cielo engorda y se hincha como la barriga de un burro, extendiendo el tono
grisáceo a medida que las nubes avanzan hacia el oeste.
Son pocos, de los
muchos que van y vienen con pasos apresurados, los que llevan paraguas. La
enorme mayoría camina sin prestarle mucha atención a los avatares del clima. O,
al menos, eso parece.
En la vereda, sobre
la mesa de un bar igual de gris, hay tres cafés que se enfrían, un cigarrillo
que se extingue y un grabador que no se traga el humo pero sí cada ruido que lo
circunda. Eso incluye la campanilla que anuncia el paso del tren por la
estación Belgrano R del ex Ferrocarril Mitre – Ramal Tigre, que está a escasos
metros; los suficientes como para que, aunque estas líneas no transmitan sonido
alguno, resulte imposible omitir el dato: el tren arriba y parte cada 9 minutos,
con puntualidad suiza.
Esta mañana,
ninguno de sus pasajeros tiene excusas para llegar tarde, sea el lugar que sea
al que se estén dirigiendo.
El ruido del tren y
la campañilla que anuncia su paso se cuelan, inevitablemente, en la
conversación, aunque no logren enturbiar la charla, en una de las mesas de un
bar paquete de este barrio pituco (gris, también).
Hace un rato ya que
Pedro Saborido, guionista y productor de “Peter
Capusotto y sus videos”, está sentado pidiendo perdón, de todas las maneras
posibles, por los minutos que demoró en llegar.
El sí tiene
excusas.
Y suenan creíbles.
Después de todo es
guionista, así que apela a su oficio para convencernos con elegancia.
Presentarlo sólo
como libretista y productor de Diego Capusotto, que lo es, sería amputarle
buena parte de los pergaminos que cosecha. Es eso, pero es mucho más: la otra
parte de la mesa donde se sostiene la lucidez, la risa y el sarcasmo de uno de
los programas más fabulosos de la televisión, que mixtura humor y rock. La
dupla que forma con su amigo excede, lógicamente, el éxito de ese programa,
furor también en el sitio de videos Youtube,
donde invitan a reírte (y a reflexionar) con personajes tales como Bombita
Rodríguez, Micky Vainilla, Violencia Rivas, Pomelo y Luis Almirante Brown.
-Te has convertido en un guionista de culto…
-Católico (Risas)
-¿Lo vivís así y en todo caso qué te genera?
-No, no lo vivo
desde ese lado porque me sigo sintiendo más el perro que el veterinario. No me
analizó lo que pasa. Sí me doy cuenta que el trabajo se nota más o la gente
sabe que lo hago yo. No sé por qué. Debe ser porque funcionamos mucho como
dupla y Diego está permanentemente hablando de eso. O porque yo dejo mi cartel
en el programa más tiempo. No sé pero está bueno porque sentís como un masaje
al ego interesante pero es hasta ahí porque el guionista por algo lo es: no le
interesa, hay algo de fobia incluso a mostrarse. A veces me dicen: “Che, pero
vos tenés la posibilidad de aparecer en el programa y no aparecés”. Podría
aparecer, pero hago lo que tengo que hacer. Es más, ya el chiste consiste en
que no aparezca. Las veces que lo hago me tapo la cara con algo, estoy justo
detrás de alguien y aparece la cabeza, o mi panza o mis manos. Apareció hasta
mi culo pero la cara no, nunca. Y eso también forma parte de un código.
-¿Cómo surgen los personajes? ¿Tienen una lógica de
trabajo o prefieren apelar a la espontaneidad?
-No, hay una lógica
que es encontrarse y tirar ideas. Y a veces es un día más inspirado y otros
menos. Uno siempre termina sin saber qué carajo tirar arriba de la mesa y te
quedás veinte minutos como un idiota y de pronto alguien tira una imagen, otro
se engancha y empezamos. No hay una reunión en la que no hayamos sacado, por lo
menos, una idea, aunque sea un chiste de 30 segundos. Y después los personajes,
precisamente, aparecen de esas cosas. Nunca hubo uno que sea de diseño, que
digamos “vamos a hacer un tipo que es así y asá”. Pueden salir de una
observación de algo que vimos, de una persona que hace determinada cosa, algo
que vi en Diego que me parece gracioso, una reflexión o de la superposición de
dos cosas. Nos juntamos día por medio, dos, tres, cuatro horas. Últimamente
estamos trabajando de noche. Dejamos que aparezcan cosas. Si bien apelamos a la
espontaneidad no nos recostamos en ella. Si no se te ocurre algo, se te tiene
que ocurrir. Obviamente que lo espontaneo es lo más agradecido porque te surge
un chiste pelotudo y lo grabás; pero no pasa todo el tiempo eso. Hay veces que tenés que decir “¿y ahora qué hace
este personaje? Hace esto y esto: no, no me alcanza. Necesito que haga algo más”.
Hay algo de prepotencia de laburo.
Saborido está
contando el proceso creativo de chistes y personajes, muchos de los cuales ya
tienen vida propia, a punto tal que el humor popular los ubica en situaciones,
contextos y momentos de lo cotidiano.
En ese ida y vuelta
en el que los personajes se alimentan de estereotipos basados de la vida real y
vuelven, desde la pantalla, al mismo universo desde donde salieron hay también
una mirada que los enternece: “No pasa por una cuestión de estar en contra.
Hablamos y criticamos tiernamente aquello que conocemos”, sostiene para
referirse a la satirización que hacen del rock.
Agrega: “Mucho de
lo que hacemos tiene que ver también con el enojo que nos provoca y la forma de
explicarlo es haciendo chistes, casi como si fuera una venganza. Hay personajes
que salieron del enojo, como Micky (el
artista pop con bigotito y discurso hitleriano), con el racismo berreta”.
-¿El humor es una venganza?
-Tiene algo. Toda
la burla tiene algo de revancha, de bajarlo de un pedestal. Una especie de
“pará, ubícate”. Micky nació de una
cosa que hablábamos siempre con Diego: de la contraposición entre un cantante
de formato progre pero que cantaba barbaridades. El humor también tiene que
ver, precisamente, con la extrapolación de cosas, algo que está desubicado. El
discurso de Micky se alimenta de lo
que escuchábamos en la calle, no de Biondini o de un skinhead de Parque
Rivadavia. De lo que reproducimos nosotros como clase burguesa, que estamos
todo el tiempo observando, que somos etnocéntricos y nos sentimos sentados en
el paradigma de lo que es lo verdadero y lo auténtico. ¿Qué pasa con un tipo
clase media, clase media baja, de barrio, que de pronto va a la feria de
Bolivia y se encuentra con comidas distintas, otras formas de hablar, acentos
que no reconoce? Te sentís desubicado. Pero te puede pasar al revés:
precisamente como me pasó a mí, ir a un partido de polo. Yo nunca había ido. Me
invitaron y fui con los pibes, que se aburrieron un poquito. Marlene (su esposa) me llama y me pregunta cómo
la estaba pasando.
-¿Y qué le contestaste?
-Le dije: “Estoy
esperando que me suban a un tren y me lleven a un campo de exterminio”, porque
me sentía un tipo totalmente ajeno, todos parecían estar haciendo de conchetos,
parecían personajes haciendo de. Los
veía todos iguales, hablando igual, las minas con las mismas caras, los tipos
con la misma actitud. Y me sentía un extraño. Siempre uno puede ser un extraño.
A esta altura, ya
pasó un tren y ahora el sonido de la barrera anuncia que otro se aproxima, con
sentido a Retiro donde en unos minutos vomitará miles de pasajeros apurados. En
el mismo momento en que se detiene en la estación, Saborido pide otra ronda de
café y lucha con el viento para prender un cigarrillo más de los muchos
(¿cuatro? ¿cinco? ¿seis?) que ya se fumó. Por fin lo logra y lo pita con
entusiasmo. El aire se le mete de golpe y luego parece escapársele, en pequeñas
cuotas, al hablar.
Se acomoda la gorra
negra que lleva puesta. No le preocupa despeinarse, si es que se peinó. Se lo
nota relajado, ahuyentando los rumores que lo describen como una persona parca
para las entrevistas. Rehúye, también, a que se pondere y destaque su oficio
como una actividad esencial: “Nos dedicamos, y los incluyo –dice, refiriéndose
al periodismo y la fotografía– a cosas que son fácilmente descartables en la
vida de cualquiera. Si acá la señora tiene un problema de apendicitis nosotros
no contamos. A la hora de los bifes… a lo sumo contamos cómo sufrió, pero que
venga un médico”
-¿Qué límites te planteas para hacer humor?
-No hay límite: se
hace un chiste sobre lo que sale. No digo “no tenemos límites”; puedo decir,
precisamente, que quizás los límites que tenga no los reconozca porque no hice
chistes sobre lo que no se me ocurrió. Por ahí digo “esto es muy zarpado, no lo
pongamos”. Tiene que ver con algo más doméstico, que quizá te causa gracia por
lo revulsivo que pueda ser algo, pero esos límites son los lugares por los que
podemos hacer chistes. A nosotros siempre nos dicen de “Bombita” (El Palito
Ortega montonero). Y “Bombita” hay épocas de las que no habla, habla de antes
del 76. Y hace como una especie de puente, de momento tácito. Te lo digo porque
la pregunta típica es “¿podrían hacer chistes sobre desaparecidos?” No se me
ocurrió, qué sé yo. No sé. Acá contesto siempre que leo Barcelona y me parece
maravillosa y a veces lo que me encanta es que van por lugares que yo no puedo
o no me salen por edad, por formación, por educación, porque son pibes un poco
más jóvenes que yo, etcétera”.
-Políticamente, ¿cómo te ubicarías?
-De costado
(Risas). Soy un tipo de izquierda, pero partidistamente tengo una cultura
peronista cultural. Se me tirarán 5.000 encima cuando digo estas cosas. Me
chupa un huevo. Yo creo que todos tenemos formación política y pensamiento
político, aunque a veces no lo expresamos en esos términos y digan “yo soy
apolítico”. Te ponés a hablar y el tipo no es apolítico, tiene determinadas
ideas. Lo que es, por ahí, es apartidario o lo partidocrático lo ha aburrido,
le han hinchado las pelotas de manera tal que no le da contención. Y venimos de
una fórmula clásica de encuadramiento político: sos de izquierda o de derecha,
de esto o de lo otro.
-¿Qué significa ser peronista hoy?
-Significa
cualquier cosa, lo tengo casi tan enraizado pero a la vez tan frívolo que es como
decir que soy de Racing. Me siento un zurdo de mierda no encuadrado en algo que
me represente más allá de lo que pueda aportar en determinados lugares con
gente que respeto, asociaciones que respeto por trayectoria: las Madres, a
determinado dirigente que le viste un camino o algo con lo que te podés
identificar. Una vez, Miguel Rep
presentó el libro sobre los 200 años de peronismo, yo había ido al sur e
intentaba explicarle a una yanqui lo que era el peronismo, en una época más
militantosa mía, y era imposible. Porque tiene tanto y es tan abierto el olimpo
de personajes, de historia, que al final el peronismo son más preguntas que
respuestas. Sin embargo uno ha visto a su padre, a la gente del barrio, el
amor, las cosas que le ha dado el peronismo a la gente, esas dignidades y esas
alegrías y esas felicidades: uno se identifica con esa parte.
Charly García
estaría incómodo: pasa un tren, pasa un avión. La lluvia también pasa de largo,
como los que apuran el paso para cruzar la vía antes que el ferrocarril. Tan
amplio como el peronismo, el rock también parece ser un movimiento en cuyo
espectro se ubican identidades antagónicas.
-¿Qué es el rock?
-El rock es amplio pero la cultura del
rock expresó siempre cierta rebeldía.
-¿Eso está en decadencia o sigue vigente?
-Lo que pasa que en
un momento el rock era un lugar para cierta rebeldía y por ahí uno encuadra
como “cultura del rock” una visión del mundo despojada de cierta cosa política,
más inocente, más bobina, una
filosofía que podía anclar en el hippismo, en cierta actitudes anarquistas o
libertarias, por decirlo de alguna manera, que podían estar dentro del rock. Lo
que pasa es que vos después ves a Bon Jovi y decís “no todo el rock tiene
cultura rock” o ves algunas bandas de mierda que hay acá: ¿qué es eso? ¿qué es
el rock?. “Vamos al campo, nena”, la vida natural o “quiero un camarín lleno de
merca, putas y una limusina en la puerta”. ¿Qué tiene eso de rebelde? Nada, es
lo mismo que tiene cualquier garca hijo de puta pero más relajado y con
cerveza. Pomelo era el ejemplo de eso, el artista que quiere ser estrella de
rock. No le interesa ni la música, ni cantar, todo eso es un problema que está
en el medio. El chabón lo que quiere es romper cosas en los hoteles y tener
chicas. Y obviamente es un camino para lograrlo. El éxito embellece, viste cómo
es. “¿Esto es glamoroso? ¿Esto es sexy?” Tengo un primo mío que vive en Uruguay,
el chabón labura en un corralón de materiales y no la pone ni pedo… pero es así
y todos vamos eligiendo cosas con las que buscamos como nuestro disfraz y
nuestra vanidad se alimenta de eso. Estamos en profesiones, nosotros, que son
como un poco más interesantes para los demás. “Ah, ¿sos periodista?”. Sale una
conversación pero “ah, ¿sos mecánico dental?”, quedó ahí: dos segundos. Tenés
más chapa para los demás pero es tonto eso.
-¿El humor surge a partir de estereotipos?
-Uno arma
estereotipos para resumir porque es como el punto máximo de determinado momento
de una persona. Y los estereotipos en general uno los pone porque son la suma
de un montón de cosas sueltas. El problema es que uno crea los estereotipos, o las
categorías para poder comunicar determinadas cosas, pero después se las termina
creyendo todo el tiempo. En base a eso califica, porque rápidamente decís: “ese
es un zurdo”. Y todo respondemos, culturalmente, estéticamente. Los estereotipos
tienen que ver con ese lado más berreta o si querés tonto, absurdo, o barato de
la identidad; aquello que te da identidad también te termina poniendo en una
caricatura. Hay como una especie de pulsión a tener certezas y tener actitudes
de ganador, a creernos que somos libres de cualquier influencia de las cosas.
Todos nos creemos que la tenemos clarísima, que nuestro lugar es donde están
claras las cosas, y “las cosas son así y a mí nadie me va a decir lo que tengo
que hacer”. Es una opinión y como no tenés una opinión clara, ¿qué hacés? Y,
agarrás la primera que tenés a mano. En realidad lo que tenés es un titular
para dar, porque estamos copiando la forma de hablar de los medios, entonces
hablamos como titulares: “A mí me parece que Riquelme tiene que abandonar el
futbol”. ¿Qué sabés vos de Riquelme? Pero la cuestión es tirar certezas todo el
tiempo arriba de la mesa. No hay alguien que te diga que no sabe muy bien qué
pensar acerca de algo. Todo el mundo la tiene clarísima porque no tenerla clara
es un signo de debilidad, de inferioridad. Todos nos construimos en base a
tener clarísimo todo. Lo único a que lleva eso es a una eterna decepción porque
la claridad de hoy, es tu imbecilidad de mañana. Cuando miras 20 años atrás,
decís qué boludo que era. No era que eras boludo, era que pensabas eso en
determinado momento.
Pedro va
ensanchando el espectro de cada respuesta. Las preguntas son como disparadores
para expresar qué piensa sobre determinado tema, pero también sobre cualquier
otro que él relaciona instintivamente. Lejos de preocuparnos porque vaya de una
cosa a otra, seguimos ese curso, dispuestos a escuchar lo que tiene para decir.
-¿Qué es para vos el sentido común?
-Todo el tiempo
tenemos que resistir al sentido común, que en realidad es ideología. El sentido
común es la visión de mundo con la que están más de acuerdo... No sé si es así,
no voy a ser tan abierto y tan estúpido por un momento de decirte “ah, vale
cualquier cosa”. No, no es que vale cualquier cosa, hay cosas en las que
estamos de acuerdo que están mal pero hay otras que son para revisar, o por lo
menos para decir no soy capaz de. Yo
he sido militante y soy un tipo que no pudo seguir militando y hace lo que hace
políticamente: los pequeños torpes acuerdos que puede tener con determinado
cambio de las cosas, pero no más que eso. Otros dirán “pero tu función, tu
aporte vale”. Qué se yo, dudo, por ahí lo que hago termina siendo más
distractivo y evasivo. Es un punto de edificación, lo entiendo, por esto que
decíamos de culto, pero quizá no tanto. Está bueno reírse una vez por semana
pero poquito, tampoco hagamos de esto algo enorme.
-¿En qué cosas te cagas?
-No sé. No sé,
porque me cago, precisamente. No me doy cuenta. A veces en el laburo y en ese
rol que ocupo socialmente, laboralmente, da oportunidad de cagarse en un par de
cosas. Usar los pantalones así, ir en ojotas a algún lado, vestirte mal, no
bañarte, cosas que hago. Me acuerdo que con Omar (Quiroga, con quien comenzó su
carrera en los medios) estábamos en Radio Mitre y andábamos en ojotas en la
radio, había como una mirada tierna de eso. Si hubiéramos estado en el departamento
comercial e íbamos así, seguramente nos hubieran rajado. No sé si me cago. No
puedo estar respondiendo a las expectativas. Puedo responder a determinadas
expectativas de los demás que pueden tener que ver con dar una mano, ayudar y
eso. Ahora, no me puedo comer las expectativas de los demás en cuanto a tener
que cumplir cosas que se suponen que son las importantes. “¿Cómo vas a dejar de
ir ahí?”, me dicen a veces sobre determinados eventos “¿Sabés a la cantidad de
gente que le gustaría ir ahí?” Qué sé yo, a mí no. No me interesa. En esos
sentidos me cago.
-¿Te considerás rebelde?
-Y, a mí me
gustaría ser un rebelde de verdad.
-¿Qué es ser rebelde de verdad?
No lo sé. Pero
evidentemente sería ver cómo modificar todo. En ese sentido soy como un rebelde
discursivo que observa y lo refleja a partir de una cosa humorística.
El humor tiene un poco de desacralizar. Pero vos no podés
hacer mierda todo con el humor. Entonces cuando reviso mis cosas veo que tengo
límites ideológicos sobre qué cosas me voy a reír y qué cosas no. Qué cosas me
voy a burlar y qué cosas no porque la risa tiene algo de burla y algunas cosas
hasta la podes hacer con ternura.
(Publicada en la revista "Al Margen", Bariloche, Río Negro, agosto - septiembre 2011)
No hay comentarios:
Publicar un comentario