En las últimas cinco décadas, Cuba ha sido un Faro para vastos sectores de latinoamericanos pero el Poder la ha tratado siempre como una leprosa. Aún con sus gigantescas contradicciones, la Isla sigue resistiendo el incesante acoso imperial y su pueblo sostiene empecinadamente la luch, pese al sacrificio que eso implica.
Por
Luis Zarranz
Cuando, finalmente, el avión tocó suelo cubano y la
ansiedad se apoderó de nuestro cuerpo, sólo había espacio para dos certezas: no
nos alcanzarían dos semanas para comprender el proceso que hace casi medio
siglo lleva adelante este país; y sea como fuere, no seríamos los mismos al
volver. Soberbia aparte, (me confesaré en misa dominical), no nos equivocamos.
Cuba tiene el encanto suficiente como para hacer de cada
uno que pisa esa tierra y está más tiempo
con la gente que en las cadenas de hoteles, otro distinto. En cada esquina
esconde una sorpresa; sobre cada baldosa floja puede haber un abrazo; una
sonrisa hospitalaria detrás de cada saludo. Cuba sorprende a cada instante y
ese instante se almacena en la memoria y viaja con uno siempre, a todos lados.
La “isla de la dignidad” está repleta de aromas, ritmos,
sabores, historias, contradicciones, conversaciones, imágenes, cuerpos, voces,
autos antiguos, bailes. Quizás sea el clima tropical, uno no lo sabe, el que
genere esa alegría, ese clima festivo, colectivo, ese bullicio constante.
Asombra la exuberancia de sensaciones que se pueden encontrar en cada rincón.
La “culpa” la tienen, pura y exclusivamente, los cubanos, pueblo hospitalario
si los hay. (Y más cuando uno revela que es argentino, y la referencia al “Che”
Guevara y Maradona, se hace instantánea, y provoca ciertos privilegios)...
Una cosa de
todos
Perderse en La
Habana es tan común como placentero. Caminar esas calles
aromatizadas sin mayor rumbo que el que decidan nuestros pies resulta un
ejercicio alucinante. Una gigantesca ciudad, enorme, superpoblada, que tiene
clima de barrio. La calle como ámbito colectivo: hay una gigantesca apropiación
comunitaria de los espacios públicos. Sea de día o de noche, en la vereda se
come, se juega a las barajas, se ve la tele, se conversa animadamente. A toda
hora hay gente en las puertas de las casas, de donde provienen voces y temas de
salsa o hip-hop. En la calle transcurre el día a día, comunitariamente.
Quienes llegamos provenientes de sociedades que exaltan
el individualismo como virtud tenemos un gigantesco impacto al ver el sentido
comunitario que impregna en muchas actividades cotidianas. Los que tienen
carros, por ejemplo, levantan a la gente que en las horas pico se para en las
esquinas a “coger botella”, (hacer dedo), debido a que el transporte público es
pésimo, como en toda Latinoamérica.
La sensación que se tiene al recorrer La Habana vieja, es el de una
urbe recién salida de la guerra. Muchas casas antiguas a punto de derrumbarse,
algunas apuntaladas y otras que no aguantaron y cedieron. El propio Gobierno
reconoce que en la capital el problema habitacional es grave y urgente, por eso
destina una parte de los recursos para mejorar ese déficit pero, como pasa en
muchas comarcas de este continente; los recursos, recursan. Los habaneros
cuentan que el drama ocurre porque mucha gente fue a vivir a allí en busca de
las divisas del turismo y eso la hizo colapsar. En otras ciudades la cosa
cambia: abundan las construcciones antiguas pero se mantienen en óptimas
condiciones, como en la hermosa Trinidad o en la bahía de Cienfuegos, donde
estuvimos.
Salvavidas de
plomo
Cuba vive, no obstante y pese a todo, un intríngulis que
está dado por el “efecto turismo”. El turismo es el principal recurso del país
pero también un salvavidas de plomo. Genera divisas pero impone la sociedad de
consumo. Necio sería atribuirle la culpa a la llamada “industria no
contaminante”, (que contamina costumbres, sin embargo). Lo correcto pasaría por
reflexionar sobre las enormes diferencias y la grieta que abre en la sociedad.
Como pasa en Bariloche, y en tantos otros lugares que viven de los viajes de
los demás, el turista suele tener mayores poderes y atribuciones que el nativo.
En Cuba esas diferencias son ampliamente visibles. El
Estado niega lo que ofrece. Ofrece habitaciones confortables pero prohibidas
para sus propios habitantes, ofrece taxis con aire fresco, imposibles para los
cubanos. “Se mira y no se toca”. Nada de distinto a quererse comer un jabalí
frente al Cerro Catedral. ¿Cuántos pueden darse ese lujo? En el país caribeño
la ley hace visible lo que en Argentina “invisiblemente” niega el mercado y las
desigualdades.
Una propina de cualquier sueco o alemán por una cena bien
servida equivale a un mes de trabajo de un maestro, de un taxista, o de
cualquier otro. Muchos llevan en su auto a un par de turistas aunque eso sea
considerado ilegal. “Si nos para la
Policía le dicen que son amigos míos”, pide José. “Les decimos que te secuestramos”,
respondemos con picardía. “Si les dicen que me secuestraron me llevan preso a
mí, a ustedes no porque son turistas”, acota.
Cuba soporta una situación económica angustiante debido a
que es un país escasísimo en recursos. Así y todo el Estado es mucho más
inclusivo que en cualquier otra nación Latinoamérica. La educación y la salud
son efectivamente gratuitas. La desocupación es casi inexistente y se brega un
desarrollo en función de principios solidarios. Pero como en nuestro suelo, lo
que se gana alcanza para poco y nada. Por esto, algunos cubanos deciden emigrar
con el imaginario de un mejor pasar. Los yanquis pretenden hacernos creer que la
gente huye por diferencias políticas. Huyen como se van los pibes de acá: con
la idea de ganar más dinero en otras latitudes.
Pequeño gigante
Es admirable la valentía de ese país chiquito y tan capaz
de grandeza. Cuba, por tamaño, ubicación geográfica y cantidad de habitantes,
debe ser comparado con países como Jamaica, República Dominicana y Haití.
Todos, pequeñas islas perdidas alrededor del Mar Caribe. El resultado de esa
odiosa comparación permite tomar dimensión de que en Cuba las mayorías viven
muchísimo mejor que las mayorías de cualquier otro país. La pregunta es cómo
pudo y puede lograr niveles de desarrollo tan elogiables siendo una isla que
soporta desde hace 40 años un bloqueo asfixiante y asesino.
Esos son los valores de la Revolución que su
población está decidida a defender a capa y espada y que tiene internalizados.
No les sobra nada pero tienen dignidad como para exportar (y lograr superavit).
La mejor manera de solidarizarse con esa lucha es
emprender una semejante en nuestro país. Por más que suene maximalista, Cuba se
hará más fuerte, (nosotros mismos), si somos capaces de organizarnos para
decidir nuestro destino, sin tanto complejo.
Dejamos Cuba, pensando en volver. En volvernos a perder y
a encontrarnos. Cuba es una hermosa isla para naufragar.
No le dijimos “hasta la vista, baby”. Sólo “Hasta la
victoria, siempre”.
MURALLAS
Los cubanos soportan un bloqueo intolerante que poco a
poco está matando la fuerza y el fervor revolucionario. Un cerco que
imposibilita la práctica de una serie de libertades necesarias. Y se sabe:
pocas cosas salen bien sino se las ejercita a menudo. Hay otro bloqueo,
también, igual de asesino.
El primer bloqueo es el que impone la burocracia e imposibilita el disenso y el pensamiento critico. Una muralla
invisible que elimina cualquier debate. El segundo es propiciado por Estados
Unidos con el propósito manifiesto de liquidar a la población entera. Un
genocidio a gran escala que tiene complicidad internacional
(Publicada en las revistas Al Margen (Bariloche), Mate Amargo (Buenos Aires), entre otras, luego de viajar a la isla, en abril de 2006, junto al colectivo radial de Mate Amargo y sus oyentes)
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