Nació de una convocatoria radial y creció al ritmo del teatro comunitario. Estrena libro, documental y espectáculo para festejar el crecimiento de lo colectivo.
Edith Scher dice más o menos esto: “El teatro comunitario es una experiencia en la que todo el tiempo se está aprendiendo. Es algo muy singular, aunque es plural, paradójicamente, porque la persona es el nosotros”.
Pronuncia la frase
con la familiaridad propia de quien reflexiona a partir de su experiencia. Hay,
en sus palabras, una naturalidad y una cercanía con lo dicho que hace que lo enuncie
sin ademanes ni gestos altisonantes. Scher ubica en primer plano lo que, en el
teatro comunitario, aparece siempre en escena: el pasaje de lo individual a lo
colectivo. Abracadabra.
LA QUE TE PARIÓ
Edith dirige el
grupo de teatro comunitario “Matemurga”, uno de los siete grupos que
este año sopla diez velitas. Soplá fuerte. En su vida participó en diferentes
experiencias de teatro y murga. Es crítica teatral y autora del libro “Teatro
de vecinos. De la comunidad para la comunidad”, en el que repasa este tipo de
espectáculos y desglosa los orígenes de cada grupo que existe en el país: más
de 30, reunidos en la Red Nacional de Teatro Comunitario.
Sentada en una de
las mesas del espacio que “Matemurga” tiene en Villa Crespo, el barrio donde el
grupo echó raíces, minutos antes de un ensayo reparte más frases para comprender
el teatro de vecinos: “El teatro comunitario, claramente, te da la sensación de
que algo del destino de las cosas está en nuestras manos. Y a lo mejor estamos
contagiando a otros que en otro lado se animan a hacerlo. Es un trabajo muy
lento pero enormemente placentero”.
“‘Matemurga’ –dice
Edith– nació el 18 de agosto de 2002, pero uno podría decir que estos proyectos
en realidad nacen mucho antes en los deseos”. La génesis fue más o menos esta:
en el 2002, Scher era columnista del programa “Mate Amargo”, un emblemático
ciclo radial conducido por Omar López que aún continúa saliendo al aire (lunes
a viernes a las 17 por Radio Provincia). El programa tenía (tiene) una
audiencia interesante y un círculo de oyentes militantes. En ese contexto Edith
les propuso hacer “algo teatral”. Lo cuenta ella: “Convoqué a partir del
programa. Eso fue un 18 de julio. Me acuerdo muy bien, porque había ido al acto
de la AMIA y tomé la decisión, con esa sensación de la falta de justicia,
caminando hacia la radio. Hicimos la convocatoria durante un mes hasta que
llegó el día, que fue lluvioso y pensé que no iba a ir nadie. A los diez
minutos estábamos todos cantando: hay algo con el teatro comunitario que tiene
que ver con concretar, con que es posible. Esto resultó impactante y partir de
ahí se fundó el grupo”.
El relato permite
dimensionar, además del nacimiento colectivo, la comunión entre dos medios de
comunicación: la radio y el teatro comunitario.
Luego, a fuego
lento pero apasionado, dieron sus primeros pasos. Dos años después estrenaron
la primera obra, “La caravana”, una historia de la resistencia a partir de
canciones de la memoria colectiva, que recorrió fábricas recuperadas, clubes,
escuelas y salas de teatro, entre otros espacios. En el 2006 grabaron su primer
CD, con el espectáculo completo. Al año siguiente, estrenaron la primera parte
de “Zumba la risa” y en el 2009 de manera completa. Allí rinden tributo a la
risa como otra forma de resistencia: ser felices. En estos meses del 2012 el
grupo, integrado por más de 80 vecinos, está dando los primeros pasos para su
tercer espectáculo colectivo. Además, en el marco de una serie de festejos por
los diez años, estrenarán una película con la historia de “Matemurga”, un libro
y la fiesta central, cerca de la fecha exacta del aniversario.
-En estos díez años se conformó y
consolidó la Red Nacional de Teatro Comunitario, ¿qué genera el intercambio
dentro de ella?
-Es
fundamental. Como dice Ricardo Talento, del Circuito Cultural Barracas, “no nos
juntamos sólo para contarnos los logros sino también las medias corridas”. La
idea es decir “me pasó esto, no sé cómo resolverlo, cómo lo resolviste vos”.
Buscamos estrategias conjuntas, planeamos juntos los Encuentros. Es parecido a
lo que sucede dentro de un grupo pero entre todos. Tratamos de complementarnos
en la diversidad. Es un espacio de mucho crecimiento y mucha fuerza.
LA TRANSFORMACIÓN
A partir de su
experiencia, Edith puede apreciar qué implica la práctica del teatro
comunitario, cómo juega en la subjetividad del vecino (“para nosotros la
palabra ‘vecino’ no tiene el valor institucionalizado del gobierno de Macri. En
todas las palabras hay lucha por ver qué sentido gana”, me dirá luego). En ese
sentido, observa una cuestión no menor: el arte en general, y el teatro
comunitario en particular, como una experiencia transformadora en sí misma:
“La
práctica artística democratizada da batalla a paradigmas opresivos en todo
sentido, porque en esta sociedad el cuerpo está muy disciplinado. El juego y la
creatividad lo discuten. Y, además, permanentemente está ensanchando el campo
de lo posible, modificando los paradigmas culturares, los modos de vincularse
de las personas. El teatro comunitario no es el adorno, el mero
entretenimiento: cuestiona el individualismo, el miedo a los demás, el ‘no voy
a poder’. De pronto puedo, porque el arte concretamente da esa posibilidad.
Actuar es crear una realidad paralela: jugás muchas posibilidades que no jugás
en la vida cotidiana. Ponés el cuerpo de otra manera y derribás una cantidad de
disciplinas sociales, deberes ser: el
miedo y la desconfianza al otro. Se modifica algo profundo y en este caso mucho
más porque el marco colectivo hace que vos todo el tiempo estés en producción colectiva:
mientras vas desarrollando tu creatividad como vecino/actor, junto con otros,
estás creando un espectáculo”.
-¿Es este el eje principal para
abordar el teatro comunitario?
-Creo
que hay dos: uno, la preocupación por lo artístico: sin arte, no hay nada. A la
larga o a la corta, si es malo lo que se hace, va para atrás. Y lo segundo es
la organización y la capacidad de soñar, que está también alimentado por el
arte. No es poca cosa animarse a imaginar por fuera de los límites impuestos. Nosotros
decíamos ‘¿te imaginás cuándo grabemos el primer CD?’ ‘¿Te imaginas cuando
tengamos una sede?’ Poder meter la cabeza en esa línea y para eso ir
alimentando la organización, la gestión y la generación de recursos, es central.
Y aprender mucho sobre eso: diez años atrás sentarme con un funcionario a
discutir era una cosa imposible para mí. No sólo que ya me sucedió sino que me
siento con la seguridad de lo hecho.
SOPLAR LAS HERIDAS
El teatro
comunitario no narra la historia individual de alguien ni es un teatro que se
meta adentro del cuarto de una casa de familia. Sus relatos tienen que ver con
el barrio y con aquellos temas neurálgicos para el vecino. Entre ellos, suele
aparecer la ocupación del espacio público y la preocupante perdida de vínculos
entre la gente del barrio. Así lo observa Edith: “No es una cuestión personal nostálgica
recordar cómo era el barrio de la infancia: es una herida social, la necesidad
de compartir con otros el espacio público. En todos los relatos aparece el
hecho de ir a comer a la casa del vecino o saludarlo por arriba de la
medianera. Cosas así. Y creo que cuando se hace una actividad en la calle en la
que no solamente se muestra un espectáculo sino que está hecho por tus pares, los
vecinos, estás volviendo a una práctica que fue muy golpeada: si algo lastimaron la dictadura y los noventa es la cuestión de los lazos. Cortas la calle, ponés
la música, jugas y empiezan a venir. Evidentemente hay una necesidad y se vence
ese terror. Te cargas de esperanza. Cada vez que hacemos una actividad en la
calle siento que es un pasito más de modificación de la subjetividad”.
-¿Qué te parece que ocurre ahí con los
vínculos?
-Siento
como que se vuelve posible algo tabú, siento que hay una gran avidez. La gente
pone la silla en el medio de la calle, más allá de la función. Hay algo ahí: un deseo.
+
(Publicada en la revista MU, abril 2012)
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