El
Corte de ruta que realiza la Asamblea de Gualeguaychú en oposición a la
construcción de las fábricas pasteras despierta mucho debate. Sin embargo,
pocos han tenido la posibilidad de estar allí para ver y sentir lo que
significa esa práctica. Aquí, un relato sobre esa experiencia absolutamente
movilizante
Por Luis Zarranz
“En el borde del camino hay una silla”, canta Silvio
Rodríguez desde un grabador que denota el paso del tiempo y se escucha entre
mal y horrible.
Aquí no hay una, Silvio, sino varias sillas. También hay
autos, casas rodantes, conteiners, carpas, micros reciclados en dormitorios,
baños provisorios, y otros en construcción. Aquí, en Arroyo Verde al borde de
la ruta que une Gualeguaychú con Fray Bentos hay, evidentemente, vestigios de
vida. Y cuando uno conversa con los protagonistas de tanto despliegue esas
huellas se convierten en pasos firmes.
Cuando Walter, un remisero semi-legal, nos dejó
sobre la ruta 136 a escasos metros del corte que desde hace tiempo llevan
adelante los vecinos de Gualeguaychú, cargábamos ciertas inquietudes,
incertidumbres y muchísimo calor. Unos minutos más tarde, inmensas bocanadas de
aire fresco, puro y limpio nos borraron de un soplido esos temores y nos
hicieron sentir a gusto, pese a que el termómetro superaba largamente los 30
grados. Mágicamente, el contacto, el intercambio y el diálogo con ese grupo de
personas hicieron posible que el clima que sentíamos fuera agradable.
No
imaginábamos que esa gente que se opone a la construcción de un coloso
contaminador; nos iba a “contaminar” con semejante espíritu democrático,
asambleario y con una convicción irrenunciable, imposible de olvidar: “No es
no”. “No a las papeleras”.
Nada que ver. Mucho
que mirar
El
sitio que es noticia nacional es pura calma. Se escuchan risas y, como llegamos
al mediodía, hay un olor a asado que abre el corazón. Eso que los medios
comerciales llaman los “asambleístas” o los “ambientalistas”, y
que son considerados cuanto menos como terroristas, son personas dispuestas a
dejar de lado sus rutinas para impedir la construcción de un gigante papelérico
a orillas del Río Uruguay, que amenaza con contaminar la zona.
El
corte lo “efectiviza” el acoplado de un
camión atravesado en la ruta. De un lado de la banquina, una carpa gigante
brinda sombra y es el ámbito de charlas y el único lugar posible donde no
calcinarse. Del otro, un micro en desuso hace las veces de habitación y cobija
al freezer que refresca el agua y conserva los alimentos. Otro micro, tipo
larga distancia, está estacionado también a la vera de la ruta por si faltan
“camas”. Algunos conteiners y media docena de autos y casas rodantes
prolijamente estacionadas, completan la escenografía. A veinte metros de la
ruta, bajo unos árboles, hay una casita y pegada a ella, se construyen baños y
duchas. Señales todas que permiten suponer que el corte no se negocia. No hasta
que Botnia se relocalice.
Voces que contagian
La Pacha,
una señora mayor que es uno de los emblemas del Corte, nos cuenta que allá
donde esa gente come un asado, se está festejando un cumpleaños: al costado de
una ruta sin autos que la transiten. Nos sentamos en unas reposeras y el
dialogo fluye. Nicolás sostiene que está viviendo en el corte porque si se va a
su casa no puede dejar de pensar y quiere estar acá. Conmueve.
La Pacha
sigue con pequeñas anécdotas. Dice que está por sus nietos, y por la tierra, el
agua, el río. Sus piernas, lastimadas, víctimas de alguna enfermedad, dan
cuenta de su esfuerzo. En un rato, varios hombres y mujeres la ayudarán a
caminar y le prepararán una palangana donde remojar sus tobillos. Evidentemente
no está por placer sino por necesidad.
El corte es
un impacto tras otro. La amabilidad y la generosidad, tan atribuibles a los
habitantes de las pequeñas localidades, se potencia por esta práctica
solidaria, ciudadana y democrática. Enseguida nos dan cosas para hacer. Nos
ponemos a cortar unas vinchas. Nos invitan a quedarnos a dormir. Nos quedamos
perplejos frente a ciertas cuestiones no menores: no hay estructuras
partidarias visibles. No hay líderes. Uno se pregunta por qué tiene tan poca
prensa el día a día del corte.
Nicolás dice
que pelea por la vida. Por la suya, por la de todos, por los que vendrán. Tiene
19 años y en vez de ir a bailar se metió en este baile.
Isabel da
lecciones de vida. Por suerte, no nos cobra. Explica razones, indaga en los
motivos, va, viene, atiende a “turistas” que vienen interesados en comprender y
solidarizarse. Ofrece mates, charlamos de la vida, de qué pasa si Botnia no se
va.
De golpe, un
auto pretende atravesar el corte. Será el único durante nuestros dos días allí.
Pese a que es archi conocida la “novedad” de que la ruta está cortada este
conductor eligió hacer todos los kilómetros necesarios para llegar(se) aquí y
cruzar por este sitio el puente hacia Uruguay. Le explican que es imposible. No
entiende las razones. Putea. Se va, enojado, sin querer escuchar los motivos.
La ruta que lleva a
la Democracia
El corte es
una experiencia palpable y visible de democracia directa. La Asamblea, abierta
a quien quiera participar, pone todo en discusión y a consideración de las
mayorías. Todo planteo se debate, se argumenta y se vota.
Resulta
asombroso observar con qué grado de atención se escuchan y con qué grado de
conciencia ciudadana se participa. Cuando el sol comienza a bajar, van llegando
autos y más autos, de todos los modelos y las marcas, que se van estacionando
al costado de la ruta.
Quienes
llegan, bajan su reposera, el mate y comienza la ronda de saludos, de abrazos,
comentarios, bromas. Poco a poco se va preparando el clima para la realización
de la Asamblea, en la que participaran alrededor de 500 personas, sentadas en
reposeras, casi en las penumbras de una noche que comienza a refrescar. El
cielo y las estrellas son testigos de un pueblo que rechaza todo tipo de
intermediación y que se propone encabezar la lucha por un reclamo que no ha
tenido respuesta en otros ámbitos institucionales. El mate ameniza el tiempo.
Los oradores
se anotan en una lista de espera. Una vez que les toca el turno, exponen sus
ideas y éstas se ponen a consideración de la mayoría. Así de simple y
resolutivo. No hay discusiones eternas que no conducen a nada. Hay debate.
Mociones que ganan y propuestas que pierden. Allí mismo se aprueba que el corte
deje de ser un instrumento de negociación. “El corte se levanta cuando Botnia
se vaya. Y si no se va no hay más ruta”. Así de concreto, así de firme.
Finaliza la
Asamblea y comienza el baile de un pueblo altamente festivo y alegre, (no en
vano es la sede del Carnaval más importante del país). Hay música en vivo, acompañada por los asaditos que se van
haciendo, lentamente, al calor de las brasas.
Las horas
van pasando y algunos van partiendo. De lejos, se escucha un cassette con
cuentos de un humorista popular. Ya es hora irse a dormir a unos de esos
“micros- dormitorios” que, gentilmente, nos han cedido.
La ruta está
bien cuidada.
Mañana
saldrá el sol y habrá calor pero amaneceremos invadidos de un aire fresco y no
contaminado.
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