viernes, 5 de enero de 2007

Corte por lo sano


El Corte de ruta que realiza la Asamblea de Gualeguaychú en oposición a la construcción de las fábricas pasteras despierta mucho debate. Sin embargo, pocos han tenido la posibilidad de estar allí para ver y sentir lo que significa esa práctica. Aquí, un relato sobre esa experiencia absolutamente movilizante

Por Luis Zarranz
“En el borde del camino hay una silla”, canta Silvio Rodríguez desde un grabador que denota el paso del tiempo y se escucha entre mal y horrible.
Aquí no hay una, Silvio, sino varias sillas. También hay autos, casas rodantes, conteiners, carpas, micros reciclados en dormitorios, baños provisorios, y otros en construcción. Aquí, en Arroyo Verde al borde de la ruta que une Gualeguaychú con Fray Bentos hay, evidentemente, vestigios de vida. Y cuando uno conversa con los protagonistas de tanto despliegue esas huellas se convierten en pasos firmes.
Cuando Walter, un remisero semi-legal, nos dejó sobre la ruta 136 a escasos metros del corte que desde hace tiempo llevan adelante los vecinos de Gualeguaychú, cargábamos ciertas inquietudes, incertidumbres y muchísimo calor. Unos minutos más tarde, inmensas bocanadas de aire fresco, puro y limpio nos borraron de un soplido esos temores y nos hicieron sentir a gusto, pese a que el termómetro superaba largamente los 30 grados. Mágicamente, el contacto, el intercambio y el diálogo con ese grupo de personas hicieron posible que el clima que sentíamos fuera agradable.
No imaginábamos que esa gente que se opone a la construcción de un coloso contaminador; nos iba a “contaminar” con semejante espíritu democrático, asambleario y con una convicción irrenunciable, imposible de olvidar: “No es no”. “No a las papeleras”.

Nada que ver. Mucho que mirar
El sitio que es noticia nacional es pura calma. Se escuchan risas y, como llegamos al mediodía, hay un olor a asado que abre el corazón. Eso que los medios comerciales llaman los “asambleístas” o los “ambientalistas”, y que son considerados cuanto menos como terroristas, son personas dispuestas a dejar de lado sus rutinas para impedir la construcción de un gigante papelérico a orillas del Río Uruguay, que amenaza con contaminar la zona.
El corte lo “efectiviza” el  acoplado de un camión atravesado en la ruta. De un lado de la banquina, una carpa gigante brinda sombra y es el ámbito de charlas y el único lugar posible donde no calcinarse. Del otro, un micro en desuso hace las veces de habitación y cobija al freezer que refresca el agua y conserva los alimentos. Otro micro, tipo larga distancia, está estacionado también a la vera de la ruta por si faltan “camas”. Algunos conteiners y media docena de autos y casas rodantes prolijamente estacionadas, completan la escenografía. A veinte metros de la ruta, bajo unos árboles, hay una casita y pegada a ella, se construyen baños y duchas. Señales todas que permiten suponer que el corte no se negocia. No hasta que Botnia se relocalice.

Voces que contagian
La Pacha, una señora mayor que es uno de los emblemas del Corte, nos cuenta que allá donde esa gente come un asado, se está festejando un cumpleaños: al costado de una ruta sin autos que la transiten. Nos sentamos en unas reposeras y el dialogo fluye. Nicolás sostiene que está viviendo en el corte porque si se va a su casa no puede dejar de pensar y quiere estar acá. Conmueve.
La Pacha sigue con pequeñas anécdotas. Dice que está por sus nietos, y por la tierra, el agua, el río. Sus piernas, lastimadas, víctimas de alguna enfermedad, dan cuenta de su esfuerzo. En un rato, varios hombres y mujeres la ayudarán a caminar y le prepararán una palangana donde remojar sus tobillos. Evidentemente no está por placer sino por necesidad.
El corte es un impacto tras otro. La amabilidad y la generosidad, tan atribuibles a los habitantes de las pequeñas localidades, se potencia por esta práctica solidaria, ciudadana y democrática. Enseguida nos dan cosas para hacer. Nos ponemos a cortar unas vinchas. Nos invitan a quedarnos a dormir. Nos quedamos perplejos frente a ciertas cuestiones no menores: no hay estructuras partidarias visibles. No hay líderes. Uno se pregunta por qué tiene tan poca prensa el día a día del corte.
Nicolás dice que pelea por la vida. Por la suya, por la de todos, por los que vendrán. Tiene 19 años y en vez de ir a bailar se metió en este baile.
Isabel da lecciones de vida. Por suerte, no nos cobra. Explica razones, indaga en los motivos, va, viene, atiende a “turistas” que vienen interesados en comprender y solidarizarse. Ofrece mates, charlamos de la vida, de qué pasa si Botnia no se va.
De golpe, un auto pretende atravesar el corte. Será el único durante nuestros dos días allí. Pese a que es archi conocida la “novedad” de que la ruta está cortada este conductor eligió hacer todos los kilómetros necesarios para llegar(se) aquí y cruzar por este sitio el puente hacia Uruguay. Le explican que es imposible. No entiende las razones. Putea. Se va, enojado, sin querer escuchar los motivos.

La ruta que lleva a la Democracia
El corte es una experiencia palpable y visible de democracia directa. La Asamblea, abierta a quien quiera participar, pone todo en discusión y a consideración de las mayorías. Todo planteo se debate, se argumenta y se vota.
Resulta asombroso observar con qué grado de atención se escuchan y con qué grado de conciencia ciudadana se participa. Cuando el sol comienza a bajar, van llegando autos y más autos, de todos los modelos y las marcas, que se van estacionando al costado de la ruta.
Quienes llegan, bajan su reposera, el mate y comienza la ronda de saludos, de abrazos, comentarios, bromas. Poco a poco se va preparando el clima para la realización de la Asamblea, en la que participaran alrededor de 500 personas, sentadas en reposeras, casi en las penumbras de una noche que comienza a refrescar. El cielo y las estrellas son testigos de un pueblo que rechaza todo tipo de intermediación y que se propone encabezar la lucha por un reclamo que no ha tenido respuesta en otros ámbitos institucionales. El mate ameniza el tiempo.
Los oradores se anotan en una lista de espera. Una vez que les toca el turno, exponen sus ideas y éstas se ponen a consideración de la mayoría. Así de simple y resolutivo. No hay discusiones eternas que no conducen a nada. Hay debate. Mociones que ganan y propuestas que pierden. Allí mismo se aprueba que el corte deje de ser un instrumento de negociación. “El corte se levanta cuando Botnia se vaya. Y si no se va no hay más ruta”. Así de concreto, así de firme.
Finaliza la Asamblea y comienza el baile de un pueblo altamente festivo y alegre, (no en vano es la sede del Carnaval más importante del país). Hay música en vivo,  acompañada por los asaditos que se van haciendo, lentamente, al calor de las brasas.
Las horas van pasando y algunos van partiendo. De lejos, se escucha un cassette con cuentos de un humorista popular. Ya es hora irse a dormir a unos de esos “micros- dormitorios” que, gentilmente, nos han cedido.
La ruta está bien cuidada.
Mañana saldrá el sol y habrá calor pero amaneceremos invadidos de un aire fresco y no contaminado.

(Publicada en la revista "Al Margen", enero-febrero 2007)

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